martes, 8 de enero de 2013

HISTORIAS DE LOS TERCIOS IX

 
" La caballería sueca carga contra los tercios de Idiáquez. pero éstos no ceden ni un palmo de terreno de la colina de Albuch"
 
 
La Batalla de Nördlingen en 1634
Si hay una batalla épica donde las haya de los tercios del siglo XVII, esa es sin lugar a dudas la Batalla de Nördlingen. Francia rompe las paces y acuerdos, y Richelieu toma las riendas de la política efectiva de Francia para acosar a España. Por su parte, los suecos toman el sur de Alemania. Sus veteranas tropas, mandadas por generales experimentados, son temibles. Unidas junto a los príncipes protestantes alemanes, amenazan el poderío de los imperiales.
Tras la pérdida de diversos fuertes y plazas, los imperiales retroceden. Todo parece ser un paseo triunfal para los suecos y sus regimientos de “negros y amarillos”. En España se toma la decisión de reforzar aquella zona con lo mejor de los tercios viejos españoles e italianos –que era tanto como decir españoles- y repartir “estopa”. Todo se decidirá en una pequeña colina de las inmediaciones, Albuch, donde los tercios viejos españoles del capitán Idiáquez, junto con los italianos, resistirán hasta quince caargas consecutivas de la caballería y arcabucería protestante.
Así lo cuenta este autor en la magnífica página de “EL GRAN CAPITÁN”  http://www.elgrancapitan.org/portal/index.php/articulos/historia-militar/894-la-batalla-de-ningen
 
“El Sargento Mayor Escobar había sido hecho prisionero e interrogado por Weimar notifica a este las tropas con las que cuenta el Cardenal Infante, pero el alemán, ensoberbecido por las victorias pasadas no da crédito a los informes, piensa que las tropas imperiales son muy inferiores a las que le dice el de Fuenclara y sobre todo, desprecia profundamente a los “desarrapados soldados españoles”.
En el bando católico, se despliega la caballería en los flancos de Albuch mientras que la cima se fortifica en lo posible. El Marques de Grana, tiene claro cual será el nudo gordiano de la batalla que se espera para el día siguiente: “Señores, en esta batalla nos van mucho Reinos y Provincias, y así, con licencia de SM y de SAR diré lo que siento: El peso de la batalla ha de ser en lo alto de aquella colina y de los tercios que están en ella, uno es nuevo y en su vida ha visto al enemigo, será necesario enviar allí un Tercio de Españoles e irle socorriendo con más gente según vaya siendo preciso”.
Es el Tercio de Martín de Idiáquez el escogido para colocarse en posición.
El despliegue se realizó de la siguiente forma: En primera línea los dos regimientos alemanes y el Tercio de Torralto. En segunda línea el Tercio de Idiáquez, la caballería imperial y algunas piezas de artillería, el resto de las unidades a la derecha de la colina.
En frente, los protestantes sitúan a los suecos de Horn con los alemanes de Weimar a la izquierda y la caballería a la derecha.

Al primer encontronazo los regimientos alemanes que defienden el bastión del centro ceden ante el empuje de la caballería enemiga y se produce la desbandada, pero el tercio de Torralto aguanta el tirón en el bastión norte y da tiempo a los jinetes napolitanos de Gambacorta para que presionando por el flanco a los suecos los hagan retroceder.
Se consigue restablecer el orden entre los alemanes y se consigue recuperar el bastión central. Los suecos se preparan para realizar el nuevo asalto y esta vez en vanguardia irá el Regimiento Amarillo, pero enfrente están los hombres del Torralto, y no es cosa de que se vayan a amilanar por un ataque más o menos, así que no les quedaba más remedio que rechazar el ataque, y eso hicieron. Pero no todos resisten igual que los bravos italianos, los dos Regimientos alemanes, que habían visto muy menguadas sus ganas de pelea en el anterior ataque, se desmoronan irremediablemente y huyen sin control, dejando muerto sobre el campo a su coronel, el bravo Wurmser, quien con humildad y valor había pedido el puesto de más peligro para sus hombres.

Quedan pues sobre la cima del cerro los dos tercios mano a mano, el de Torralto, muy baqueteado por los ataques rechazados y el de Idiáquez, aún fresco y preparado para lo que se avecinaba. Los italianos, más adelantados, pues no han cedido ni un metro, están aguantando toda la presión de los suecos. En ese momento, el tercio español entra en fuego. En perfecta formación comienzan a avanzar contra los suecos, las mangas de arcabuceros se adelantan a las picas, vomitan su carga de fuego y muerte y vuelven a la formación ordenadamente. Lenta pero concienzudamente los españoles desalojan a los suecos y ocupan las posiciones perdidas por los alemanes.

Ahora los dos tercios forman en línea, si entre ellos hubo alguna mirada tuvo que ser de confianza, no se harían ilusiones sobre lo que se les venía encima, pero esta vez, su flanco lo cubrían hombres tan duros como ellos mismos. Si había un buen día para morir, ese era de los mejores. Y así comienzan a repeler los asaltos de la caballería luterana.
El centro de la acción empieza a centrarse en la cima del Albuch, si no lo estaba ya, y los generales católicos comienzan a enviar mangas de arcabuceros a reforzar a las tropas que combaten en lo alto mientras se produce la tercera carga contra los defensores. Los tercios españoles, ya hemos dicho que a los italianos se les puede considerar españoles, aguantan sin ceder ni un paso, pero en el lado derecho, las fuerzas de la Liga Católica están cediendo terreno y es necesaria una carga de la caballería para permitirles que recuperen el terreno perdido.

A estas alturas la batalla se ha convertido ya en una pelea de taberna, todas las fuerzas confluyen hacia la colina donde los tercios aún flamean el estandarte, ya no se trata de una posición táctica desde la que dominar el campamento católico. La batalla, y con ella quizá la guerra toda, se decidirá en esos cuatro palmos de terreno que los meridionales se han negado a ceder al enemigo. Horn lo sabe y apura a sus mejores tropas, los regimientos negro y azul, para que tomen de una vez por todas la maldita colina que la mala suerte y la improvisación le han neHasta catorce ataques llevan ya rechazados los de Idiáquez y el de Torralto cuando entran en juego las mejores tropas protestantes, mezclados con los negros y los azules van los pistoleros, tropas especializadas en el combate con armas de fuego que tan buen resultado han dado al rey Gustavo.

En este momento es cuando la improvisación latina, fruto de muchas batallas y mucha sangre derramada, entra en juego. El maestre de campo Martín de Idiáquez sabe lo que tiene en frente, sabe que las tropas suecas no son unos cualquiera y que habrá de hacer acopio de todo el valor del mundo para aventajarlos en coraje y bravura y da una orden sorprendente a sus hombres.

Ea señores, parece que estos demonios sin Dios nos quieren dar la puntilla y contra nosotros viene lo mejor que pueden poner en el campo, será cuestión de echarle redaños y aguantar firme. Cuando esos demonios amarillos se dejen ver, no quiero que ninguno desfallezca, aguantad firmes ante ellos y esperar a oír la detonación de sus mosquetes, en ese momento todo el mundo a tierra
 
Con esta estrategia, tan ingeniosa como suicida, los españoles consiguieron que los disparos protestantes se pierdan por encima de sus cabezas. Inmediatamente se pusieron en pie y mientras los piqueros adoptaban posiciones de defensa los arcabuceros hicieron fuego, ahora si, a bocajarro contra los asaltantes. La descarga fue devastadora y las primeras filas cayeron abatidas por el certero fuego de los tercios. Esto ya fue demasiado para los suecos que después de catorce infructuosas cargas se ven sometidos a un castigo mayúsculo en la que había de ser la definitiva y dudan en su avance. Ante la duda los españoles ya no pueden contenerse y rompiendo la formación cargan contra los suecos. Un grito rompe el quejumbroso silencio del campo de batalla ¡¡¡Santiago y cierra España!!! Y con picas, espadas y arcabuces se lanzan contra el enemigo.
 
Gloriosa jornada para las armas españolas.
¡Qué no se olvide nunca! ¡Santiago y cierra España!
 


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