sábado, 29 de junio de 2013

EL CÍRCULO DE OBREROS CATÓLICOS DE TORREDONJIMENO

D. Francisco de Paula Ureña y Navas

EL OBRERISMO CATÓLICO A FINALES DEL SIGLO XIX EN TORREDONJIMENO

Edición digital a cargo de
D. Manuel Fernández Espinosa.

El manuscrito inédito que publicamos es un cuaderno de dos hojas de papel apaisado y doblado, unidas por un hilo en su centro, lo que dan ocho páginas sin numerar de 15,5centímetros x 21,5 centímetros. De las ocho páginas, están exentas de escritura la portada interior y la contraportada exterior. En la portada visible dice "Para la Inauguración del Círculo / de / Obreros Católicos / de Torredonjimeno / Festividad del Príncipe / de / los Apóstoles / 29 de Junio de 1899", y lleva sello de la Iglesia Parroquial Mayor de San Pedro Apóstol de Torredonjimeno. En las cinco páginas interiores, la apretada letra de un anónimo autor (en ningún lugar consta su nombre) diserta sobre la actualidad de su época, confirmando el Magisterio de la Iglesia Católica respecto a la cuestión social y laboral.

Se trata del borrador de un discurso de inauguración cuya autoría podemos atribuir a D. Francisco de Paula Ureña Navas, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras que, después de sus estudios en Sevilla, se había instalado en la provincia, colaborando desde el año 1891 para el diario "El Pueblo Católico" de la ciudad de Jaén, del que luego sería director y propietario. En el año en que se fecha el documento que reproducimos D. Francisco de Paula Ureña Navas tenía 28 años de edad (ver ÓRDAGO, n.º 6, año 2001, Tosirianos Ilustres... D. Francisco de Paula Ureña y Navas, periodista y escritor, pp. 22-23). Fue asesinado en Madrid en 1936 por las brigadas del terror rojo y, tras muchos años de olvido, hemos sido nosotros los que hemos recuperado su biografía y vamos recuperando su obra, abordando la rica figura de Ureña y Navas en otros trabajos, publicados en varios medios impresos y digitales).

Reproducimos el texto original, convenientemente anotado para su major intelección.


TRANSCRIPCIÓN DEL TEXTO ORIGINAL

Para la Inauguración del Círculo de Obreros Católicos de Torredonjimeno.
Festividad del Príncipe de los Apóstoles
29 de Junio de 1.899


Señoras y Señores:

La disgregación universal que ha producido el exceso de libertad y el desdoro lamentable en que ha caído el principio de auctoridad (1), han traído el pavoroso error del socialismo. El hombre jamás hubiera pensado en pedir con o sin derecho, con el rugido feroz de los tumultos públicos, la igualdad social absoluta y la abolición de las categorías y de las clases, si el alto nivel en que debía sobrenadar el principio auctoritario (sic) no hubiese perdido ya tantos grados en la escala de su legítima grandeza.

Los depravados filósofos que, ardiendo en ambición y concupiscencias del mundo, combatieron más o menos disimuladamente, la dignidad de este principio, y lo humillaron para generalizarlo y hacerlo más asequible, quisieron hacer comprender con punible ignorancia o liviana malicia, que la auctoridad no era una ley fundamental del mundo, y un principio imprescindible de cohesión.

En su torpe osadía lo atacaron y envilecieron, partiendo así y destrozando cuanto era posible el eje del mundo político y racional. Al golpe fatal de tan perversas doctrinas, se vio venir aterradora la anarquía de abajo arriba, y en presencia del monstruo extraño se asustaron los mismos fabricadores, demostrándose una vez más que la falsa filosofía es un verdadero crimen de Estado.

Desquiciada así la máquina social, ocurre sin embargo un fenómeno raro, singular. Todas las teorías del impío filosofismo moderno predican la humillación y abatimiento del poder, ya en el fondo, ya en la forma; y mientras esto se predica con una mano hacia arriba, se implanta y se idolatra con otra mano por bajo, la soberanía popular absoluta; y mientras existe una secta que en el 2º artículo de los 12 de su credo escribe Nullus super nos [Nadie por encima de nosotros], y en el 9º Bonum necare qui volunt prosse nobis, se ensalza con impúdico cinismo la fuerza individual, se proclama al yo, puro, independiente y soberano, la autonomía privada, la responsabilidad del hombre solo ante el mismo hombre.

En medio de esta descomposición y espantoso flujo y reflujo en que se agita la humanidad, se ve flotar al mismo tiempo a la manera de cuerpo sumergible, un instinto poderoso [2] de cohesión de tal modo, que nunca se ha enseñado tanto el individualismo y la segregación social y nunca como hoy, se han multiplicado tanto los gremios, las asociaciones, las sociedades de todo género. Antiguamente la humana inventiva sorprendía un secreto, y lo encerraba en el silencioso pecho del individuo; hoy se conocen empresas de exploración y descubrimientos; cada descubrimiento, cada idea nueva, es objeto de una empresa; y lo que es más: alterada y radicalmente conmovible la organización social desnivelada por haberse debilitado el contrapeso regulador de la auctoridad, el hombre la ha proclamado con el nombre de Confederación y con el de Asociación internacional de los trabajadores. Esta es una nube oscurísima preñada de rayos y tempestades; detrás está la luz, la verdad oculta que, corrompida, ha ocasionado este error.

Y como los males y los errores son también términos lógicos para analizar e interpretar los fenómenos, nosotros, en presencia de ese espíritu universal de asociación, contra el principio fatal y estéril del individualismo, recordaremos la confesión paladina del famoso Patriarca de los escépticos. Negaba Pirro (2) la existencia del mundo externo; pero al acometerle cierto día un perro, se indignó contra él y le amenazó con la muerte; reconviniéndole sus discípulos, arguyéndole de contradicción entre sus dichos y sus hechos, respondió: es imposible despojarse de la humana naturaleza.

Pues por analogía, debemos hoy decir nosotros que es imposible sacudir y anular la influencia de los primeros principios; estos son como los cimientos de los edificios, lo último que perece, lo más inaccesible a los golpes, lo último que deja de actuar en la mole construida, por más que ésta se cuarteé, se desmorone y se derrumbe a causa de las oscilaciones y vaivenes. Y como todo principio obra en el sentido de la unidad, porque la unidad es la imagen de todos los principios, por eso el [principio] auctoritario, ordenado por Dios para centralizar la sociedad vive indestructiblemente, respira siempre en un punto si se le mueve o quiere sofocar en el que tiene su asiento propio. Esta manifestación será lenta pero es infalible.
Hecha esta observación general, vengamos al estudio concreto de ese espíritu avieso con que el filosofismo, no pudiendo ahogar entre los brazos del sofisma el principio auctoritario, se propone en nuestros días falsear, al menos, bastardear y pervertir la fuerza de asociación y de gremio en que aparece sustituido aquel vasto núcleo de cohesión natural. [3]

Efectivamente Señores: Como quiera que la fé es el ejercicio intelectual y constante del respeto al principio autoritario, porque la fé se practica por asentimiento y el asentimiento por subordinación, era preciso materializar (3) a la clase obrera, porque la materia no tiene entendimiento ni virtudes intelectuales, a fin de que el taller fuese un enjambre de descreídos y despreocupados.

Lógicos en su sistema disolvente y corruptor esos genios de la perdición social procuraron descristianizar las masas porque el cristianismo tiene a la fé como base esencial de su sistema; sustraído el taller a la influencia cristiana, era ya materia dispuesta para el misterio de iniquidad que se estaba elaborando.
Los efectos perniciosos de este procedimiento y sus males inmensos, cuyos augurios nos tienen en inquietud y sobresalto continuos, indican sin embargo bien claramente donde radica el infalible remedio; porque si tanto afán tienen los doctrinarios de ese impío filosofismo en alejar el taller del espíritu, de la fé y de la Iglesia, será porque en estas cosas germinará ciertamente la fuerza capaz de contrarrestar ese insensato procedimiento, pues nadie teme lo que no le daña.

¿Pero es cierto que el sistema católico basado en la fé, preguntan con ironía, cristianiza el taller? Quién lo duda, Señores... Penetremos sino en la estructura de la ciencia católica acerca del trabajo, de su razón de ser y de sus fines, y una convicción esplendorosa recreará nuestros ánimos con los mismos consuelos que espiritualmente el sabio cuando a través de largas vigilias, hipótesis y dudas racionales reposa tranquilo en la certeza de la verdad.

¿Sabéis qué enseña la Iglesia, qué nos dicen sus libros santos acerca de la fé y de las obras, o hablando en concreto, del creyente y del obrero? Pues oid el principio fundamental de su doctrina tan clara como sólida y terminante: Fides sine operibus muerta est; la fe sin obras es cosa muerta. Pero esta es una proposición universal afirmativa, como enseña la lógica, y por consiguiente que puede convertirse simplicite o lo que es lo mismo, que según ese texto del Apóstol Santiago, son verdaderas estas dos proposiciones: la fé sin obras es cosa muerta; las obras sin la fé son también cosa muerta. Y pasando del abstracto al concreto, diremos en consecuencia firme que el creyente sin prácticas genuinas de su fé no es tal creyente, es como dice la Escritura Santa: "Un sepulcro blanqueado", [4] un ser que tiene nombre de vivo, pero que realmente está muerto; y por lo tanto, que el Obrero, el hijo del taller aunque destile en abundancia el sudor de su frente bajo la prensa férrea del trabajo, sino eleva sus miradas más allá del mecanismo y de los artefactos y no vive delante de Dios, según la frase profundamente religiosa y social del libro revelado, es un fantasma de vida social, es una entidad solo distinta en la forma de los instrumentos conque realiza la industria.

De aquí la necesidad de sostener en el ánimo de los hombres un prinpio intelectual que los espiritualice en la práctica y éste no puede ser otro más que la fé de Dios, que es espíritu esencial y espiritualiza todo lo que se le adhiere. Por eso Jesús Cristo cuando quería promover en sus discípulos gran confianza y resolución decía: Habete fidem Dei: Tened la fé de Dios, esa fé que traslada y perfora montes con más facilidad que los propulsores de hélice; porque esa fé impone para la práctica el deber de la conciencia y la conciencia del deber; y el trabajo y la acción fabril son más fecundos cuando se practican bajo la sana convicción del deber, porque la fé en tales casos hace al obrero más inspirado y amante y generoso con el capitalista, beneficiándose entonces que las empresas prosperan sin los obstáculos que hoy oponen constantemente las luchas entre el capital y el trabajo, y que no prueban otra cosa más que la inmoralidad del Capitalista y del Obrero.

La civilización moderna, rompiendo esas bases inmutables de la organización social, ha escrito sobre la caja de caudales del Capitalista esta horrible sentencia: In solo pane vivit homo [el hombre solo vive por el pan] y el operario ha escrito a la vez en su taller, la misma sentencia.

El 1º [el capitalista] no ha pensado más que en producir; el 2º [el obrero] en disputar las horas de trabajo; en tener por Dios al vientre y por apetito la ociosidad. En castigo de este positivismo material, hoy la producción es mayor que la demanda, la fabricación se paraliza, el rico muere en la abundancia y se ahoga en el dividismo; el obrero en cambio muere de hambre después de haber impuesto aranceles con el orgullo de las huelgas; y la esfinge del pauperismo se presenta amenazante en los vivos y arrancando lágrimas de compasión ante el cadáver de los que mueren extenuados por la indigencia y la miseria. A estos tristísimos resultados nos ha conducido el materialismo del capital y del trabajo, la escuela que solo piensa en producir y consumir como si los hombres fueran Epicuri de grege porcos [cerdos de la hijaera de Epicuro] (4).

Pero enfrente de estos resultados nefandos, suena magnífica la voz de Jesucristo diciendo: [5] ¿De qué sirve al hombre tener por interés y capital tanto como vale el mundo si luego pierde su alma?

Y la Iglesia Católica, respiración perfecta y legítima de Jesús Cristo combatió sin tregua a los progenitores de estos males: a los ebionitas (5), Carpocracianos (6), Valdenses (7), Fraticelos (8), Lolardos (9) y a sicarios anabaptistas (10) con el mismo valor que en nuestros días ha condenado a Sansimón (11), Fourier (12) y Owen (13), y a los delirios de Comte (14) y de Littré (15). Sí, Señores, allá va la última sentencia, el argumento de condenación del inmortal Pontífice contra el funesto materialismo que ha entronizado la incredulidad en el taller: Siendo así, dice, que los sectarios del socialismo se reclutan especialmente entre los artistas y obreros que, cansados de su situación, fácilmente se engríen con el cebo de las riquezas y la expectativa de los bienes agenos (sic), es a todas luces oportuno, fomentar círculos de artistas y obreros que, constituidos bajo la tutela de la religión cristiana, contribuyan a infundir en los asociados el espíritu de conformidad con su suerte, la resignación con su estado y la resolución a vivir quieta y pacíficamente.
Felizmente esta idea que ha venido ensayándose con éxito consolador en el mundo Católico ha encontrado hoy eco en los hombres sensatos de esta población. Loor a la sensatez; loor a la rectitud de sentimientos, yo os felicito hombres de buena voluntad, y al felicitaros y daros mi parabién de lo íntimo de mi alma solo me resta haceros un ruego: Que cumpláis el reglamento con exactitud y que nos amemos con esa caridad cristiana que sabe estrechar con lazo dulcísimo todas las clases de la sociedad, por distinta que sea su suerte, para que amándonos bendigamos a Dios y a su Divina Providencia que con admirable sabiduría ha ordenado la diversidad de las condiciones humanas, al intento de que se practiquen las virtudes conque merecemos el Cielo, abriéndonos a la vez una riquísima mina de consolación para nuestra alma.

He dicho.

NOTAS:


Los números dentro de corchetes indican el paso de página en el original, los introducidos en paréntesis remiten a las notas que van a seguido, en correspondencia.

(1) El "principio de autoridad" al que se apela en el texto no puede identificarse ligeramente con ningún despotismo o absolutismo político. Para un católico, la autoridad legítima en el orden temporal dimana de Dios y ha de ajustarse a su Ley eterna. La autoridad arranca, pues, de Dios que es su fuente. Recordemos que en el Evangelio se dice que los judíos decían de Jesucristo que predicaba "con autoridad", lo cual no dice que predicara como un déspota. Entender el principio de autoridad de otra manera sería interpretar burdamente los conceptos según la mentalidad de los tiempos, pero para hacerse una idea de lo mucho que se han degradado los conceptos tradicionales, merced a una dilatada labor de deformación y perversión de los mismos, nos vemos obligados aquí a tener que dar razón de este asunto para evitar malinterpretaciones. Recordemos también que en el Concilio Vaticano I (1869-1870) se definió la primacía de la jurisdicción e infalibilidad del Papa que, como vicario y "Dulce Cristo en la Tierra", es la máxima autoridad en cuestión de moral y costumbres.

(2) Pirro: (también llamado Pirrón) Nació en Elis entre el 365 y el 360 a.C. Aunque no dejó ningún escrito predicó una doctrina filosófica que establecía una absoluta desconfianza tanto hacia el conocimiento como a la misma existencia de la realidad inmediata, de ahí que se le considere "patriarca de los escépticos". Sus seguidores fueron llamados escépticos, pirronianos o zéticos (que en romance significa "indagadores que indagan sin encontrar nada").

(3) Materializar: El autor se refiere con este verbo a la acción de convertir a las gentes a la mentalidad materialista, en este caso es la del obrero, disuadiéndolo de que no hay Dios, ni espíritu ni alma inmortal, para que éste acepte con fe ciega una vida limitada a lo material y perecedero.

(4) Epicuro: Filósofo nacido en Samos en el año 341 a.C. que predicaba y practicaba una doctrina que tenía el placer como sumo y universal bien, siendo el goce la única meta digna de lograrse. Con algunos de sus secuaces formó una escuela filosófica que se llamó El Jardín. El verso latino es de Horacio, y designa a esta escuela griega de filósofos hedonistas. D. Francisco de Paula Ureña había traducido brilalantemente las obras de Horacio, por lo que puede ser un indicio de su autoría.

(5) Ebionitas: Secta hererodoxa judeocristiana del siglo II d. C., cuyos secuaces seguían la Torah, practicando la circuncisión y observando el Sábado y las fiestas judías. Rechazaban al apóstol San Pablo por considerar que éste hostilizaba la Ley de Moisés. Defendían que Jesús era un profeta, pero no pasaba de ser un simple hombre, no divino. Algunas de estas doctrinas heterodoxas ebionitas rebrotan con Arrio, y posteriormente con Mahoma, el profeta del Islam.

(6) Carpocracianos: secta heterodoxa del siglo II d. C. que profesaba las doctrinas de Carpócrates de Alejandría. Este heresiarca rechazaba el Antiguo Testamento y defendía el poder salvífico del conocimiento (gnosis). Los carpocracianos sostenían que Jesucristo había sido engendrado carnalmente por San José. San Ireneo de Lyon acusó a Epífanes, hijo de Carpócrates, y a su esposa Marcelina, nuera de Carpócrates, de practicar la magia negra, negando la distinción entre el bien y el mal.

(7) Valdenses: Movimiento heterodoxo cristiano del siglo XII fundado por Pedro Valdo, un comerciante de Lyon, que entendían el cristianismo como un comunismo místico, mostrando una grande hostilidad a los bienes materiales. Al principio fueron acogidos por los papas que depositaron en ellos grandes esperanzas de reformar la cristiandad, pero pronto la discordia enfrentaría a la Iglesia con estos hijos díscolos. Los valdenses que estaban en Francia acabaron mezclados con los cátaros, pero los que buscaron asilo en Suiza se mantuvieron en la clandestinidad, hasta que reaparecieron en el siglo XVI para unirse a los calvinistas en su lucha contra Roma.

(8) Fraticelos: También conocidos como fraticellis, es un movimiento de frailes franciscanos que durante el siglo XIV se separaron de la Iglesia. No reconocían ninguna autoridad eclesiástica y, al igual que los valdenses, proclamaban la pobreza absoluta, pero degeneraron de tal modo que llegaron a practicar extraños rituales satánicos que consistían en la estrangulación de niños que luego quemaban: tras la cremación recogían las cenizas de sus víctimas para utilizarla como polvo sacramental. En la popular novela de "El nombre de la rosa", de Umberto Eco, se les cita abundantemente, creando una idealizada imagen que contradice la Historia.

(9) Lolardos: Dos son las sectas anticristianas cuyos seguidores tienen como nombre el de Lolardos. Por una parte eran denominados así unos enigmáticos vagabundos "místicos" que aparecieron en los Países Bajos durante el siglo XIII y principios del XIV. Su doctrina se basaba en la fe personal, en la elección divina y en la Biblia, rechazando la doctrina ortodoxa y la jerarquía eclesiástica. También, con el nombre de "Lolardos", nuestro anónimo autor puede estar referiéndose a los secuaces del siniestro Gualterio Lolard (Walter Lollard), un oscuro personaje que fundó la secta de los Luciferianos en el siglo XIV, atacando a la Iglesia Católica y sosteniendo la creencia de que Lucifer y su ángeles rebeldes habían sido arrojados injustamente del cielo, a la vez que confiaban en que al final de los tiempos Lucifer vencería a San Miguel Arcángel para ganar las Alturas de las que fue precipitado a los infiernos, y así hacer partícipes de su victoria a sus secuaces. Los lolardos luciferianos adoraban a Asmodeo, y practicaban todo tipo de rituales eróticos y nefandos. El gato negro, el sapo y la rana eran animales a los que también tributaban culto como supuestas encarnaciones de Asmodeo, el demonio de la lujuria. Se extendieron por los Países Bajos, Alemania, Austria, Bohemia, Francia e Inglaterra. Gualterio y varios de sus seguidores fueron capturados por las autoridades y entregados al brazo secular, fueron quemados en la hoguera por satanistas.

(10) Anabaptistas: Movimiento protestante que formaba el ala de la extrema izquierda de la reforma luterana. Fundado en 1520 por Thomas Münzer, uno de los discípulos de Lutero, la secta de los anabaptistas negaba el bautismo a los recién nacidos, y sostenía ideas mesiánicas que pretendían instaurar mediante las armas una nueva Edad de Oro en la tierra, implantando así un extraño comunismo pseudo-cristiano.

(11) Saint-Simon, conde de: (Claude Henri de Rouvroy) nació en 1760 en París y murió en 1825. Este pensador político francés de noble cuna, fascinado por el desarrollo de la sociedad y de la historia se empleó sin método alguno en la elaboración de programas que reorganizaran la sociedad. Como la mayor parte de pensadores utópicos sucumbió a la tentación de fundar con su filosofía una nueva religión que él llamó "nuevo cristianismo" siendo su núcleo la idea de fraternidad y, en su consecuencia, una sociedad mundial "libre" que se dedicara sobre todo a la producción, sustituyendo la Iglesia por el "taller".

(12) Fourier, Charles: nació en 1772 en Besançon y murió en 1837. Fue en gran parte autodidacta. Fourier es uno de los más representativos "socialistas utópicos". Sus proyectos de reforma social no excluían la monarquía, aunque sí predicaban el "amor libre", cosa que su paisano de Besançon, el anarquista Proudhon, se negaba a aceptar. Fourier pensó en la necesidad de reformar la sociedad desde la base, por eso concibió una idea de grupos reducidos (falanges) que se agruparían en unos idílicos "falansterios", una especie de comunas donde el visionario Fourier suponía que los individuos podrían alcanzar su felicidad realizando sus capacidades. Como todos los revolucionarios acabó pensando que su proyecto era la realización del plan de Dios. Influyó decisivamente sobre el movimiento cooperativista.

(13) Owen, Robert: nació en 1771 en Inglaterra y murió en su patria en el año 1858; es considerado en justicia como el fundador inglés del socialismo y el cooperativismo, pero de cuño más reformador que revolucionario. No obstante, se consideraba a sí mismo, como el resto de revolucionarios, designado por el dedo de Dios para reformar la sociedad, cosa que él basaba en una progresiva mejora racional del medio que rodea a cada individuo para de esa forma cambiar la naturaleza humana, nunca defendió la revolución sangrienta. Sus ideas se plasmaron en algunas fábricas, con innegables resultados que caben atribuir a la metódica honestidad y buena intención de este socialista utópico. En 1824, tras esperar en balde a que las instituciones le permitieran levantar en las islas británicas una "aldea de cooperación" que seguiría sus postulados de planificación social, Owen marcha a Estados Unidos, para fundar en el Nuevo Mundo la ciudad de "New Armony" (Nueva Armonía), un ensayo utópico plasmado en la realidad. Su proyecto piloto de sociedad perfecta fracasó. En 1829 abandonó Estados Unidos y regresó a Inglaterra para incorporarse al movimiento sindicalista y luego colaborar en el corporativismo. Pese a ser otro iluminado más de la larga lista del socialismo, Owen nunca predicó la lucha de clases.

(14) Comte, Auguste: nació en 1798 en Montpellier y murió en 1857. En su juventud fue secretario de Saint-Simon, colaborando en el órgano saint-simoniano de "Le Producteur". Comte es el padre del positivismo, una filosofía hostil a toda metafísica, cuyo propósito era reorganizar la sociedad mediante la reforma del saber y del método. Después de la muerte de Clotilde de Vaux en 1846, de la que se había enamorado perdidamente, Comte entró en una crisis "mística" que le inspiró una religión de la Humanidad, religión de la que se proclamó pontífice. Esta religión de la Humanidad era concebida por Comte como el estadio más perfecto de una peculiar Filosofía progresista de la Historia. El positivismo llegó a convertirse en una "iglesia" sin Dios, pero con jerarquía sacerdotal, rituales propios que en gran parte rememoraban a Clotilde, así como santos laicos en sus altares. Todavía existen "templos" positivistas esparcidos por el planeta. Brasil es una de las naciones receptoras del positivismo que ha continuado en pequeños grupos la tradición sectaria fundada por Comte.

(15) Littré, Maximilien-Paul-Émile: nació en París en el año 1801 y murió en 1881, discípulo directo de Comte hasta el año 1852 en que rompió con su maestro, por repugnarle el giro que Comte había dado a su filosofía, pretendiéndola convertir en religión de la Humanidad. Desde 1863 a 1871, Littré se manifestó abiertamente ateo, considerando que el ateísmo era la única "religión" que convenía al auténtico positivismo. Los diez años últimos de su vida los dedicó a la política, actuando desde el sector laicista más derechista de la Francia de aquel entonces. A él le debemos el "Dictionnaire de la langue française" en cinco volúmenes, lo que muestra su capacidad de trabajo metódico y concienzudo. Dicho diccionario es una obra clásica que ha conocido varias ediciones.

* * *

A la luz de la escueta noticia que hemos dado sobre cada uno de los pensadores que el autor de nuestro texto cita en su discurso de 1899, el lector comprenderá que la Iglesia no mirara con buenos ojos ninguna de las doctrinas de estos patriarcas del "filosofismo" que combate el autor. En todos los casos, con excepción del de Littré que nos parece el más coherente, comprobamos que las ideas de organización social que delinearon los socialistas y positivistas, pudieron ser impulsadas en su principio por un noble y solidario compromiso con el género humano, pero a la postre se convirtieron todas en sectas pseudo-religiosas y para-religiosas. Nuestro culto y anónimo ensayista no citaba ni a Carlos Marx, ni a Engels, ni a los príncipes rusos Bakunin y Kropotkin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario