lunes, 21 de octubre de 2013

ANTONIO MACHADO EN BAEZA



La familia Machado, con Antonio y Manuel
EL OTRO ANTONIO MACHADO: HACIA SU REDESCUBRIMIENTO

Dedicado a la memoria de Antonio Machado Ruiz


Por Manuel Fernández Espinosa

 
Cuando conocí a Don Juan Montijano, a mediados de los años 80 del siglo XX, el ilustre canónigo y cronista oficial de Torredonjimeno era bastante anciano, sin embargo, pese a las mermas que la vejez produce en las naturalezas incluso más fuertes, recuerdo a un Don Juan Montijano afable que, a medida que se desplegaba la conversación, iba como recobrando vitalidad y memoria. Casi todos los sábados, durante meses y meses, me encaminaba a la calle Rabadán, con la ilusión de mantener aquellos gratos encuentros en su domicilio. A veces, algunos amigos de D. Juan se llegaban y aquello se convertía en una amena tertulia sabatina de mediodía.

Cuando joven D. Juan Montijano sintió la vocación sacerdotal, le vino de la mano del Siervo de Dios Padre Tarín que tanto predicó en Torredonjimeno y otras poblaciones de la comarca (Porcuna, Escañuela…). El padre de D. Juan, comerciante textil y secretario de la Comunión Tradicionalista de Torredonjimeno, fue reticente a consentir que su hijo se hiciera sacerdote, pensando que tal vez no fuese nada más que un capricho de mocedad; pero la perseverancia del hijo convenció al progenitor para que le diera la autorización y bendición paternas. Y así fue como D. Juan ingresó en el Seminario de Baeza, según sus memorias todo hace suponer que en el año 1913 que fue el año en que falleció D. Marcelino Menéndez y Pelayo, como así hace constar D. Juan en sus “Recuerdos de mi vida” (tuvimos el honor de publicar en primicia el manuscrito autobiográfico de D. Juan Montijano, "Recuerdos de mi vida (1899-1925)" en la Revista ÓRDAGO, nº 4, año 2000.)

El día 1º de noviembre de 1912, un profesor sevillano, viudo y melancólico, procedente de Soria, tomaba posesión de la cátedra de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de Baeza. Aquel profesor se llamaba D. Antonio Machado Ruiz y ha pasado a la historia como uno de los poetas más grandes de la literatura española.

La formación académica de D. Juan Montijano Chica en Baeza coincidió, pues, con la presencia del gran poeta D. Antonio Machado Ruiz (1875-1939).

Cierto sábado en que me hallaba en casa de D. Juan Montijano , no recuerdo bien cómo vino a cuento, pero salió a relucir Antonio Machado en Baeza; es muy probable que por aquel entonces yo tuviera recién descubierta la poesía de Machado, en la que me sumergí gracias a mi profesor de Lengua y Literatura, D. José Juan López Altuna (q.e.p.d.), apasionado de Machado que contagiaba su entusiasmo por “Campos de Castilla”.

Al conjuro de su nombre, Don Juan Montijano sonrió condescendiente, como el anciano que acaricia sus recuerdos, y dijo algo así (compréndame el lector que han pasado muchos años como para recordar las palabras literales):

-Antonio Machado… Todavía lo recuerdo. Fue profesor de francés en Baeza, mientras estudiaba yo para cura. Machado era bastante conocido en Baeza; y no por poeta, sino por alguien estrafalario, un buen hombre, pero despistadísimo y muy descuidado en su vestir. Contaban que, en cierta ocasión, le tocó la lotería, pero no sabía en dónde había puesto el boleto… Y se quedó sin la fortuna. Y sus alumnos (que le tenían tomada la medida) bien que se aprovechaban de su descuido. ¡Hasta tortillas hacían en clase! Era un aula muy fría y se llevaban el infernillo y la sartén y, cuando menos acordaba el profesor, se estaban haciendo las tortillas los alumnos. Machado se desentendía y seguía dando su lección de francés.

Con el tiempo, mucho después de que D. Juan Montijano me contara esta anécdota, me encontré un pasaje de ese delicioso libro en prosa que nos dejó el poeta, me refiero a “Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo” (del año 1936, en vísperas de la tragedia bélica que terminaría llevándolo al exilio y a su muerte). Para entender bien lo que “apócrifo” significa para Machado, el mismo Juan de Mairena, su “alter ego”, nos lo dice:

“…os aconsejo una incursión en vuestro pasado vivo, que por sí mismo se modifica, y que vosotros debéis, con plena conciencia, corregir, aumentar, depurar, someter a nueva estructura, hasta convertirlo en una verdadera creación vuestra”.

O lo que es lo mismo: suplantar el yo histórico del profesor Antonio Machado Ruiz por el ente ficticio: el “apócrifo” Juan de Mairena.

Así es como, Juan de Mairena no ve a una pandilla de alumnos díscolos que, desafiando a su profesor, se hacen las tortillas en clase, sino que transforma la verdad histórica de la anécdota en una situación distinta. Y hete aquí que las tortillas de clase se tornan en un ejercicio didáctico que Juan de Mairena pone en clase a sus alumnos, donde se hace un elenco de todos los arreos que se necesitan para hacer “un huevo pasado por agua”: “infiernillo de alcohol con su llama azulada, la vasija de metal, el agua hirviente, el relojito de arena” (véase en “Juan de Mairena”, VIII)

Desde 1912 (cuando solicita el traslado a Baeza tras la defunción de Leonor Izquierdo Cuevas, su querida esposa) hasta el año 1919 Antonio Machado residió en Baeza. Después de vivir durante un tiempo en la fonda, toma un piso en la calle de Cárcel, con los balcones dando a la fachada de un palacio, diseñado por Andrés de Vandaelvira en 1559. Parece que bien temprano, la madre de Machado (Doña Ana Ruiz Hernández) se establecerá en Baeza y madre e hijo se darán mutua compañía hasta el fin de sus días en Colliure (Francia).

Cuentan que el primer día en que Machado se apeó del tren correo de Madrid, en la Estación-Baeza, el poeta con sus maletas creyó, a tenor de leer el rótulo ferroviario, que ponía pie en la misma ciudad de Baeza; pero la realidad era que Baeza estaba a 19 kilómetros de la Estación. Un alma caritativa, viéndole tan perdido, le invitó a subir al tranvía que lo llevaría a la ciudad de su destino.

No dejaron de sucederle anécdotas al forastero recién llegado. Ese mismo día, a primera hora de la tarde, Machado, tras instalarse en su habitación de la fonda, se asea y va a presentarse al Instituto para tomar posesión de su plaza docente y ponerse a disposición del centro. Llegado que fue al Instituto, se dirigió al bedel, presentándose y preguntando si podía ver al director. El conserje va y le responde:

-¿El señor director, dice usted? Pues el señor director está en la agonía…

Machado se queda boquiabierto: “En qué mala hora he llegado, que el director se está muriendo…” –piensa nuestro poeta y dice al portero:

-Hombre, pues lo siento mucho. Quisiera hacer algo por él o por lo menos ver a su familia. Pues sí que he llegado en mala hora.

El bedel las caza al vuelo y, comprendiendo el malentendido al que ha dado lugar su respuesta, sin contar con que aquel profesor es un forastero que no conoce los usos del lugar, se apresura a aclararle que no, que no se trata de lo que piensa; que el director no está en el lecho de muerte, agonizando, sino que hay un casino en la calle Barreras de Baeza, que es donde el director acostumbra a tener sus tertulias y que el pueblo llama “La Agonía”. ¿Y por qué le llaman así? Pues por estar muy concurrido de labradores que todo el día se lo pasan mirando al cielo y allí entonan sus lamentos, pues los labradores son como aquel “hombre del casino provinciano” que nos pinta Machado en su poema “Del pasado efímero”:

“Un poco labrador, del cielo aguarda

Y al cielo teme; alguna vez suspira,

Pensando en su olivar, y al cielo mira

Con ojo inquieto, si la lluvia tarda”.

Así vive el director y sus contertulianos del casino de Barreras, en una “agonía” por la cosecha y es por eso que los baezanos, con socarronería, le llaman a aquel lugar de encuentro “La Agonía”; pues los que allí se allegan viven en una “agonía” y todos son unos “agonías”.

Son muchos años los que Machado pasó en Baeza. Hizo buenas migas con algunos baezanos que siempre le guardaron lealtad: Don Rogelio Garrido Malo y Don Cristóbal Torres serán dos de esos amigos baezanos con los que intimará Machado. Cristóbal Torres era coronel de Caballería y abogado que no gusta de ejercer, confiando su manutención a sus rentas. A Baeza vendrá Manuel Machado Ruiz, el hermano también poeta, que es un torrente de optimismo y risas en contraste con Antonio, que siempre ha sido más tímido y altivo en su reservada introversión. Y en Baeza, el gran poeta sevillano conocerá al gran poeta granadino, Federico García Lorca. García Lorca era un estudiante de Filosofía y Letras, cuando su maestro Martín Domínguez Berrueta, profesor de Teoría de la Literatura y de las Artes y pionero en eso de los viajes de estudio, decida llevar a sus alumnos de excursión a Baeza, donde sabe que reside su amigo Antonio Machado y tanto arte hay por descubrir. En Baeza, Machado y García Lorca se encontrarán por vez primera, cuentan que García Lorca improvisó al piano haciendo una de sus magistrales interpretaciones pianísticas, pues no en balde había sido discípulo de Manuel de Falla.

Baeza será para Antonio Machado un recurrente motivo de inspiración poética: ahí están sus poemas para atestiguarlo. Cuando Machado abandone Baeza llevará en su ligero equipaje unos recuerdos inolvidables de todo lo vivido en aquella ciudad provinciana.

Durante un tiempo, Antonio Machado fue una figura poética que no sólo se reivindicó por su indudable calidad literaria, sino con propósitos ideológicos: Machado había tomado partido por la II República Española y había muerto en el exilio francés, tras la victoria de Francisco Franco. Sin embargo, muy pronto se desvaneció aquel bastardo entusiasmo por la figura del gran poeta. ¿Qué había pasado? ¿Qué ha pasado con Antonio Machado?

Como todos los grandes españoles, Antonio Machado es muy poco instrumentalizable por las ideologías más combativas que reclaman la “memoria histórica” de una sola España. Tal vez, por esa misma razón su “Juan de Mairena” haya sido una obra a la que muy pocos han querido aludir, pasándola por alto. Machado está lejos del sectarismo y su opinión sobre el marxismo es francamente negativa. Valga una cita de “Juan de Mairena” (hay muchas más) para ello:

“Carlos Marx, señores –ya lo decía mi maestro-, fue un judío alemán que interpretó a Hegel de una manera judaica, con su dialéctica materialista y su visión usuraria del futuro”

(“Juan de Mairena”, Antonio Machado).

Redescubrámoslo.


Fotografía de una de las expediciones didácticas de D. Martín Domínguez Berrueta con sus alumnos. Entre el grupo de universitarios, puede reconocerse a Federico García Lorca (el segundo por la derecha, sentado en el suelo con las piernas cruzadas).

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