viernes, 25 de julio de 2014

UN CUENTO DEL TOSIRIANO JAIME GÓMEZ CRUZ EN LOS AÑOS 30 DEL S. XX

 "Portada del Nº 0 de la Revista Cultural Órdago de Torredonjimeno en agosto de 1998"

Luis Gómez

            En el ya lejano año de 1998, los miembros de la Asociación Cultural Cassia editábamos el primer número de la Revista Cultural de Torredonjimeno “Órdago . Uno de los artículos que ilustraban dicho ejemplar era el que llevaba por nombre: “Gómez y su expedición”, que nos narraba las peripecias e itinerarios que realizara uno de los hijos más ilustres de Torredonjimeno, el general de la I Guerra Carlista D. Miguel Gómez Damas. El texto estaba extraído de un trabajo periodístico que sobre dicho personaje había realizado el no menos genial D. Pío Baroja.  Al final del artículo, los redactores de la Revista Órdago insertamos una pequeña reseña junto con la transcripción de una carta que, otro tosiriano, D. Jaime Gómez Cruz, escribía al autor del artículo “Gómez y su expedición”, en la cual, además de expresarle su agradecimiento por el trabajo realizado, le informaba sobre la partida de bautismo del tosiriano general, dato que por lo visto D. Pío Baroja desconocía.



 "Portada del diario La Estampa, donde el escritor vasco D. Pío Baroja publicase su trabajo sobre el itinerario de la expedición del carlista tosiriano D. Miguel Gómez Damas"

D. Jaime Gómez Cruz era descendiente del General Gómez, y además gozaba de cierto espíritu investigador y literario, habiendo realizado colaboraciones en diferentes diarios y periódicos nacionales, así como en los locales. Este relato en cuestión data de 1932 y un año después, sería cuando escribiría la carta a D. Pio Baroja.
            En relación con el relato, hemos de decir que se trata de una invención. Es cierto que se apoya para la construcción de la historia sobre algunos aspectos históricos concretos (el nombre antiguo de la localidad, Tossiria, el lugar donde se refugian los agarenos, Tucci, el caballero D. Ximeno de Raya, como alcaide de la fortaleza, etc) siendo ficticios todo lo demás.
            Lo que viene a realizar es la yuxtaposición de ciertos datos reales pero no lineales en el tiempo. Por ejemplo, es cierto que la casa ducal de los Abrantes tenía posesiones en la localidad, pero es de dudoso crédito que vendiese una biblioteca llena de documentos de cuantioso valor en almoneda en la Torredonjimeno (D. Jaime hace este suceso acaecido en la localidad imaginaria de Torresol, plenamente coincidente con su natal Torredonjimeno). Al mismo tiempo, parece ser que el autor del cuento hace coincidir dos circunstancias históricas ciertas, pero lejanas en el tiempo, que son la del rapto de las doncellas Juana Y María, hijas del alcaide de la fortaleza, con la captura del castillo de Torredonjimeno por D. Ximeno de Raya, hecho éste que es muy anterior en el tiempo. En fin, que como relato de entretenimiento o como curiosidad es válido, pero poco más. No obstante lo traemos a esta bitácora, para rendirle un homenaje a un paisano, que en años tan tempranos como la década de los 30 quiso llevar la historia de la localidad más allá de sus fronteras naturales. Por otra parte, es admirable el uso del lenguaje del autor, el cual se demuestra muy versátil y culto para la época.  

"D. Jaime Gómez Cruz, autor del relato. (Foto: Órdago)"

Dice así el relato: 
"CADA DÍA UN CUENTO
DON XIMENO DE RAYA
Por Jaime Gómez Cruz

A mi  querido amigo D. Alonso
Molina Talero, excelente poeta.

Hojeando un día la prensa semanal de Torresol, pueblecito andaluz del más claro abolengo hispano. hallóme con la noticia de que la testamentaria de un fenecido noble ponía a subasta la biblioteca ducal, existente en el mismo pueblo. De la genealogía del fallecido dueño colegí que la riqueza bibliográfica puesta en venta sobrepasaría su valor intrínseco al estipulado adrede por los testamentarios. Y, sin andar con rodeos y circunloquios pueriles, adquirí la biblioteca. Es una consumada colección de códices miniados, libros raros y algún que otro papiro de procedencia hebraica, y que guardo con el amoroso deleite con que suele adorarse la mujer cautiva de nuestro corazón.
Y, en efecto, entre las páginas amarillentas por el tiempo de un códice miniado, hallé un pergamino escrito en donoso romance, de tan incalculable mérito, que muy pronto se divulgó por Torresol la noticia del hallazgo, por tratarse de la auténtica historia del pueblo, compuesta por un tal Per Solís, ballestero que fué de la mesnada de Don Ximeno de Raya, caballero de la Orden de Calatrava. Esto, y la historia de amor y heroísmo que desenvuelve el relato, me hicieron que encargase hacer de ello un comentario o versión moderna al director de la "Gaceta de Torresol", amigo mío y excelente prosista.
 A modo de primicias, me ha deparado mi amigo un bosquejo de su trabajo, con variación temática que no titubeo en exponer al lector, de cuya Paciencia soy único responsable hasta la médula y lo indiscreto.

Torresol, un tiempo llamado Tossiria, era durante el medievo un villorrio con trazas de ciudadela. Las huestes mahometanas que lo poseyeron encauzaron el rumoroso rio que lame sus aledaños convirtiendo las cercanías, entonces de infecundo erial, en una vega umbrosa donde el agua de las cantarinas acequias tejía el ritmo ondulante de su música con la poesía de égloga de las frondas, susurrantes, al suave vientecillo primaveral, y entre un florilegio de sazonados aromas y piar de pájaras de luminoso plumaje; era Tossiria un pequeño trasunto de la Arabia, idealizada a través de sus poetas. La paz paradisíaca del lugar turbóse un tanto al embate fecundo de la castellanía, que en su epopeya de reconquista recuperó a Tossiria. Pero he aquí que la morisma, envalentonada con la confianza guerrera de los castellanos, se aprestó al asalto de la ciudadela con el ímpetu y coraje que caracteriza a las hordas de Alá. Ya el asedio de la ciudadela era insostenible por parte de los castellanos, al extremo de llegar éstos a pedir con insistencia refuerzos. Enardecidos los defensores de la fortaleza, multiplicaron como leones su valor, mas tal era el bélico ardimiento del enemigo que muy pronto, y a la hora en que el nuevo día resurge en un triunfo de luz de las tinieblas, caía el villorrio en poder de los infieles. Entregáronse al pillaje, cual es peculiar de la indolencia árabe cuando se desata en el frenesí de su ambición de riquezas, y, mientras la hoguera de la devastación prendía voraz con su penacho de humo, rodeando siniestramente el castillo roquero, y gemían las rubias doncellas secuestradas, maldiciendo de su fortuna los bravos soldados cristianos, en tanto que oraban en el templo en ruinas los piadosos creyentes ungidos en su oración del divino de la fe, oyóse por el nordeste de la villa como un atuendo formidable de atambores, galopar de centauros y vibrar de sonoros clarines. Por un momento, el estertor del saqueo enmudeció al ruido magno del brioso ejército castellano, que al mando de don Ximeno de Raya se aproximaba mensajero del auxilio.
Las tropas islámicas, como era presumible, le opusieron combate; pero adelantóseles en la táctica don Ximeno, y tras varias horas de épica lucha diezmó a sus adversarios, en gesta sólo comparable a las Navas de Tolosa. Todo el sagrado entusiasmo del héroe, toda la gama de felices auspicios que aureola de ensueño el ánimo esforzado de los grandes hombres, se disipó como por ensalmo al tener noticia don Ximeno que las falanges árabes habíanse llevado en su precipitada huida a Rusnilda, su prometida, hija del alcaide Melchor de Luna. Blasfemó la impiedad salvaje de los enemigos, y juró por la santa cruzada que él habría de rescatar al ser querido así que el oriente se solidificara en un muro de acero cerrándole el paso a su incontenible audacia. Fué don Ximeno nombrado alcaide en premio al notable hecho de armas, y al mismo tiempo que se reconstruía del incendio la fortaleza dispuso lo necesario para asestar un golpe de mano a los sarracenos, hechos fuertes en un inmediato lugar llamado Tucci, que regía el terrible valí Osman ben-Himieya. No dice nada Per Solís, el trovador anónimo, acerca de cómo efectuó don Ximeno, por brazo de su presteza y denuedo, el desagravio, pues se pierde el hilo del poema en esta sazón, de importancia suma para la comprensión y merecimiento de la gesta admirable. Salta el discurso del romance al trance lúgubre de retornar la expedición armada a Tossiria, escoltando en silencio el cadáver mutilado de Rusnilda, y casi desfallecido de dolor el acendrado don Ximeno. Ello indica que la proeza se perpetró victoriosa contra los agarenos, y que éstos, con el instinto sanguinario y cobarde de su derrota, se ensañaron cruelmente con la cautiva, dejando su cadáver como un trofeo trágico a los vencedores. Per Solís dedica una elegía a las pomposas exequias que se celebraron por la rescatada infelice, y nos describe el hondo trastorno que su desgracia operó en el alma del alcaide. Encerróse en el castillo, cual monje enclaustrado, y pronto la superstición popular tejió alrededor del cuitado una leyenda de maleficio, diciéndose por la villa que el espíritu de Rusnilda rondaba agorero a altas horas de la noche el castillo enhiesto, consumiendo de miedo y remordimiento la vida atormentada de don Ximeno, y todos –concluían- por no haber sabido éste impedir, con la falta de rapidez en el auxilio, el secuestro de la linda dama de sus amores, de rubia cabellera y candorosa hermosura. Mentía el vulgo, por cuanto que evidente fue la dureza con que castigó a los infieles, recuperando, aunque dolorosamente mutilado, el cuerpo de la bien amada, y si deshojaba sus mustias ilusiones en la profunda melancolía de su tristeza, no era para menos al perder para siempre el grato delirio de su vida. ¿Pero fué debidamente identificado el cadáver de Rusnilda? ¿Teníase la certeza de su muerte? Pasados los primeros días del sobrecogimiento, y alejada ya de su mente el espectro de una posible locura, entregóse don Ximeno a la obra civil de regir con tesón caballeresco la vida política de la villa en espera de poder redimirse con el tiempo y mansedumbre de conducta de su malhadada obsesión. Y en esta coyuntura en que sus afanes se debatían abnegadamente en pro de hacer imperecedera su memoria al decurso de las generaciones y de los siglos venideros, surgió de las tenebrosidades del olvido la luz rutilante de la bienaventuranza en forma de una aparición viviente y feliz de la que tanto adoró en vida y lloró en su muerte. Un día recibió emisario del valí de Tucci comunicándole la fausta nueva de vivir para su merecimiento y rescate una princesa cristiana, si no por el privilegio de la sangre, por su bondad y hermosura; expresado que le fué a don Ximeno el nombre de Rusnilda, su esperanza y contento no tuvo limites. Señalóse una fuerte suma para el rescate, y sin más dilaciones fuéronse los emisarios, al anochecer de cuyo día tendría el alcaide el mejor regalo para sus ojos y la augusta quietud para su alma. Entre las tintas rojas del crepúsculo avistóse la morisca comitiva. Relucían a la luz desfalleciente de la tarde las gumías de damasquinados puños y las rodelas de arabescos dibujos, y entre la albura plácida de los turbantes y entre el acompasar suave de las enjaezadas cabalgaduras deslizábase la cadencia oriental de una canción de gesta africana, suavemente melódica, a los acordes de dulzainas y chirimías. Fuera de las murallas de Tossiria esperaba don Ximeno, y, fuese por la ansiedad de su amor o por un prurito de caballeresca usanza, se adelantó al brioso impulso de su corcel a recibir en los brazos la preciada joya de su orgullo. Al instante, un torbellino de batalla se generalizó por el campo, que florecía primaveral, y en tanto que corrían presurosos a defender al alcaide los guerreros castellanos, veíase cómo el robusto brazo de don Ximeno asestaba terribles golpes de mandoble entre sus enemigos, y si la victoria coronó el heroísmo derrochado haciendo huir a los traidores, no se pudo evitar que el caballeroso don Ximeno cayese herido de muerte; pero fué rescatada Rusnilda, y ya muy poco le importaba a él su agonía, lleno como estaba del misticismo de la época y de la sagrada dulzura de haberse sacrificado por su bien. "

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