miércoles, 18 de febrero de 2015

ANTERO JIMÉNEZ SÁNCHEZ, EL POETA DE LO CERCANO

 

UN POETA DE TORREDELCAMPO

Manuel Fernández Espinosa



Asistimos este año a uno de los aniversarios que ha de congratularnos a todos los tosirianos. Celebramos los cincuenta años que cumple nuestro Instituto de Enseñanza Secundaria "Santo Reino". Quiero contribuir a esta celebración rindiendo un sincero homenaje a uno de esos muchos profesores que pasaron por sus aulas: D. Antero Jiménez Sánchez.

A veces, muchas veces por desgracia, lo más próximo se nos convierte en lo más desconocido, los más prójimos se nos vuelven los más lejanos, y eso es lo que ha pasado con este viejo profesor y poeta, natural y vecino de Torredelcampo, D. Antero Jiménez Sánchez. Apenas se conoce su obra poética en Torredonjimeno, pero muchos tosirianos recordarán su nombre por haber sido durante muchos años, hace ya mucho tiempo, profesor en el Instituto de Enseñanza Secundaria "Santo Reino".



Antero nació el 28 de Diciembre de 1906 en Torredelcampo. Estudió el Bachillerato en el Instituto de Jaén y cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Granada así como parte de la de Filosofía y Letras.

Desde los doce años empezó a componer sus bisoños versos que luego serían recogidos en un poemario titulado "Cosas de mi Lira". Era la suya por aquel entonces una poética inspirada en sus primerizas lecturas de Espronceda, Campoamor y Zorrilla. La obra infantil y juvenil de D. Antero constituirá el embrión de su posterior producción literaria, en la que tendrán sus ecos la melancolía y la ternura de Gustavo Adolfo Bécquer hasta la purificación de su lira en la diamantina palabra y el exacto nombre de Juan Ramón Jiménez.

Sus poemas aparecieron esporádicamente en revistas y periódicos como "Advinge", "Alver de Olivo" o Diario "Jaén". Algunos de sus poemas también verían la luz en antologías poéticas aparecidas en Madrid y Barcelona. La contemplación enamorada del paisaje vernáculo, la pertenencia al suelo patrio, la soledad del campesino y la sencillez de un estilo de vida vinculado al terruño alimentan su poesía. Inspiraban a D. Antero los atardeceres de la campiña y las panorámicas que se abren a la vista desde el contemplatorio del Cerro de Santa Ana, y sobre todo lo humano -mester de juglaría- que se derrama en conversación, romerías, ferias y paseos, sobre esa poesía humana, planeará el águila de lo religioso -mester de clerecía- que otea entre el Cielo y la Tierra, tan a las veces ave solitaria, aspirante a la enclaustración en sí mismo, con la promesa de encontrar el ápice que es fontanar de toda vida interior:



Que no me hablen de nadie;

de nadie quiero saber.

Quiero vivir en mí mismo,

en lo hondo de mi ser

porque dentro llevo el mundo

y el Universo también.



Cuando se inicia la guerra civil española, D. Antero Jiménez se hace cargo de la dirección del semanario "Nueva Humanidad" que se lanzó en Torredelcampo allá por 1936-37, era esta publicación fiel portavoz de la II República española, pero ajena a las consignas de los sectores más radicalizados que clamaban por una revolución marxista en el seno de la República liberal.

También fue D. Antero uno de los fundadores del círculo cultural "La Peña", grupo que nació en Torredelcampo como iniciativa de algunos lugareños cultos que tuvieron la idea de congregarse con objeto de paliar el aburrimiento pueblerino, exorcizando aquel tedio con la amistad fraterna y la cultura. "Llevamos cada uno una silla y un libro; bellos símbolos del sosiego y la cultura" -escribía D. Antero cuando rememoraba la creación de aquel círculo cultural. Tertulias, lecturas poéticas, conferencias como la que el mismo D. Antero pronunció sobre el "Poema del Mio Cid", excursiones al campo, ascensos a los montes y paseos por los bosques turdetanos, intercambio fecundo de libros y de ideas... el círculo cultural La Peña de Torredelcampo fue refugio de nuestro poeta y uno de los motores del progreso cultural y humano de Torredelcampo.

D. Antero compaginaba su vida literaria con la vocación docente que desempeñaba en el Instituto de Torredonjimeno, donde ejercía como profesor de "Lengua y Literatura" y "Geografía e Historia". Fruto de esta vida profesional, a caballo entre Torredelcampo y Torredonjimeno, es la evocación en prosa del parque botánico tosiriano por el que paseara tantas veces entre clase y clase, tal como nos lo confiesa él mismo: "El parque de Torredonjimeno... lo he paseado en otoño, en invierno y en primavera; y en verano, en el rigor de la siesta de julio, cuando el pueblo duerme bajo el sopor del sol amarillo... bajo las frondas acogedoras de sus glorietas".

Antero Jiménez era amante de la naturaleza y un auténtico amigo de sus amigos. Por eso dedicó al Alcalde de Torredonjimeno, D. César Gallo Arnedo, un justo elogio en reconocimiento al papel del Alcalde como promotor de la hacendera que había levantado nuestro parque botánico: "...cuando los pueblos se quedan sin árboles, nos has traído este bello parque... aunque no hubieras hecho otra cosa por Torredonjimeno, basta tu parque para que tu recuerdo sea perenne". Pues el poeta sabía que: "Los pueblos sin parque son pueblos sin primavera".

La poesía que une y no la que separa fue la que cultivó D. Antero, pues no mereciera jamás el nombre de poesía el fruto podrido de cualquier odio que disgrega y no reúne. Así aparecen en los versos de Antero los pueblos colindantes, unidos en devota confederanza para tributar homenaje a la Abuela Santa Ana en su romería grande. Lo leemos en su poema "El Cerro Miguelico":



"La explanada de la Ermita

va reuniendo a cuatro pueblos:

"Torrecampo", Jamilena,

Martos, Torredonjimeno

que se esparcen por familias

en el monte verdinegro."



Tuvimos a este poeta de Torredelcampo para que nos cantara en sus versos eso que se nos pasa por alto, tal vez por tratar con ello a diario; y cantándonos lo más cotidiano nos lo fue redescubriendo. En castellano contemporáneo el vocablo "vivienda" tiene un uso común y prácticamente exclusivo: "vivienda" se emplea como sinónimo de "casa", de "habitáculo". Pero en castellano antiguo, la palabra "vivienda" también significaba "el estilo de vida", "el modo de vivir". Rescatando esta arcaica acepción caída en desuso podemos decir que, en ambos sentidos, Antero es el poeta de la "vivienda", el poeta que revela lo hogareño y levanta el acta de defunción de "viviendas" que se han perdido con la invasión de otras formas de vida. En su poema "Aire nuevo" constrata Antero la vivienda de ayer -"aquel aguardiente seco" que bebía el capataz con sus obreros en la vieja taberna- con el estilo de vida, extranjerizante y ruidoso, que irrumpe en los pueblos:



Por la taberna se cuela

un aire de tiempo nuevo

de whisky y cubalibres

y señoritos gamberros.



Pero Antero también inventa habitáculos nuevos en los que el hombre pueda vivir. Propone a los arquitectos que, cuando edifiquen las casas confortables de hoy, no sólo proyecten dormitorios, comedor, cocina y salón, sino que también -les pide- echen las líneas para un nuevo espacio que él denomina "el lloradero": "El lloradero sería un cuartito reducido y limpio, con una mesa y un crucifijo, algo así como un pequeña celda de monjitas... Todos los días entraríamos en el lloradero, nos reconcentraríamos unos minutos y lloraríamos media hora por la humanidad doliente y caída...". Nos vendrían bien estos lloraderos en las casas, para dedicar ni siquiera media hora a pensar en los otros, para que no nos engañe la ilusión de ser nosotros el centro del universo.

Su poesía también nos advirtió de la devastación que produce la Edad de la Técnica, cuando los artefactos vienen a modificar las relaciones del hombre con su entorno, destruyendo la belleza de lo natural en nombre de un presunto progreso. Así su poema titulado "El tractor":



Ya viene el tractor horrible

que con su infernal arada

va destruyendo las rosas

en esta tierra rosada.

Tractor de infernales hierros,

sin corazón y sin alma,

armatoste de ruidos

y olor que produce náuseas,

no te lleves la belleza

cuando la tierra arañas...

¡Tractor, fruto de estos tiempos,

sin corazón y sin alma!



Del centro de enseñanza media y profesional local surgió un periódico de publicación irregular: "Toxiria". Eso era allá por 1953 y se prolongó hasta 1955. Este periódico reaparecería en su segunda época, corriendo el año 1961, sin que superara los ocho números. En sus páginas escribían los alumnos del Instituto, como el poeta y estimado amigo nuestro Manolo Reyes Muñoz, hoy afincado en Madrid. No he accedido a los ejemplares que pudieran conservarse, por lo que ignoro si el profesor D. Antero Jiménez tuvo que ver algo en el proyecto de esta revista o bien llegó a publicar alguna pieza de su producción propia en ella.

Aquel trabajador de la enseñanza que dio lección en el Instituto Laboral de Torredonjimeno a generaciones de tosirianos, aquel culto profesor que leía a Kant y a Berceo a la sombra de nuestra arboleda, frente al Instituto Santo Reino, aquel precoz y constante agricultor de la poesía, el torrecampeño D. Antero Jiménez Sánchez, pasó a mejor vida el 1 de enero de 1986; descanse en paz su alma. Pero no descansen nunca sus versos en el olvido, volvamos a ellos, repensando lo que nos dice en la letra este hombre que todavía alienta en sus poemarios. Puede que esos libros suyos nunca sean superventas mundiales, pero nos hablan de cosas más nuestras que todos los demás que podamos leer. Sus libros todavía pueden encontrarse en las librerías de su pueblo natal.

La Torredelcampo, población que como pocas saben honrar a sus profetas y a sus poetas, todavía recuerda agradecida a Antero Jiménez Sánchez, poeta y profeta. Permítanme sus paisanos que lo conocen mejor que yo honrar su memoria con estos modestos renglones. Sepan cuantos me lean que lo he hecho desde la fraternidad que me une al poeta y desde el cariño que profeso a su pueblo Torredelcampo, vecino del nuestro.
 
Publicado en edición impersa en DIARIO TORREDONJIMENO

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