martes, 17 de febrero de 2015

BEATO FRAY DIEGO DE CÁDIZ, TAUMATURGO Y PROFETA CONTRA-REVOLUCIONARIO


 

MAYO DE 1780: UN SANTO PASA POR TORREDONJIMENO

Manuel Fernández Espinosa


Hubo en la España del siglo XVIII un capuchino, beato fray Diego José de Cádiz (nacido el 30 de marzo de 1743 y muerto el 24 de marzo de 1801), que sobresalió en las misiones populares que iniciara el año 1771, y a las cuales dedicaría los últimos treinta años de su santa vida. La Iglesia lo ha beatificado, y se espera que algún día lo canonice, elevándolo a los altares.
 

Todo su aspecto, como bien muestran los retratos que se conservan de él, era el de un asceta. Tenía aquel fraile las hechuras propias de aquellos ermitaños del desierto, que después de vencer tentaciones sin cuento a fuerza de oración y prolongados ayunos, arribaban a los poblados, ardiendo en celo por la gloria del Señor, para transmitir, y no sólo decir de palabra, a sus hermanos los hombres que el mismo Dios se había encarnado en Jesucristo, que Jesucristo había sido crucificado, había resucitado y vive entre nosotros.
 

El andariego beato fray Diego José de Cádiz estuvo en el Santo Reino de Jaén, como lo pone de relieve el trabajo de investigación que debemos al estudioso marteño D. José Cuesta Revilla.
 

Los días 13, 14 y 15 de mayo de 1780 el beato capuchino estuvo en la vecina ciudad de la Peña, pero en el camino, procedente de Jaén y rumbo a Martos, a la fuerza había de pasar por Torredelcampo y por Torredonjimeno. Así nos lo cuenta el propio fraile bienventurado, en una carta dirigida a su confesor:
 

"El día 13 -escribe fray Diego José de Cádiz- salí de Jaén y llegué a Martos, que dista tres leguas. Por el camino hubo lo común de salir los pueblos de la inmediación en tanto número que no bastaba la escolta de soldados que nos acompañaba y sus caballos para precavernos. ¡Qué tumultuarse los pueblos de Torredonjimeno y Torredelcampo, saliendo al camino y sus arrabales por donde era forzoso el tránsito! ¡Qué atropellarse unos a otros por llegar a este miserable! Veía llorar a gritos, hombres, mujeres y niños, unos pidiendo la lluvia, otros compungidos de sus culpas y todos clamando: ¡Padre de mi alma!, ¡Padre de mi alma!, ¡Padre de mi corazón!, y otras semejantes expresiones. Costó mucho trabajo, tiempo y fatiga vernos libres de estos pueblos."
 


LA GRACIA DE DIOS INTERVIENE A TRAVÉS DE FRAY DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ



Entre los muchos agraciados de aquellos prodigios que Dios obraba a través de su siervo Beato fray Diego José de Cádiz, hubo un dichoso clérigo de Torredonjimeno, el freyle calatravo D. Manuel Antonio Zorrilla, que comprobó los efectos del taumaturgo. Era a la sazón D. Manuel Antonio Zorrilla el cura rector de San Amador de Martos.


Semanas antes de la llegada del beato Diego José de Cádiz a nuestros predios en loor de multitudes, dicho prior de San Amador había acogido en su casa a su hermano, D. Francisco Alonso Zorrilla, de 43 años de edad y que por lo corriente residía en Torredonjimeno. Estaba D. Francisco Antonio aquejado de unos dolores estomacales, que serían su fin y buscaba aquel tosiriano el calor y la compaña de su hermano, el cura prior de Martos. En la casa rectoral, bajo los auspicios fraternales, convaleció D. Francisco Antonio, muriendo en su lecho de dolor el 5 de abril del mismo año del paso de fray Diego José (Libro IV de Sepelios, Archivo Histórico de la Parroquia de Santa María, fol. 137).


Todavía pesaba en el clérigo tosiriano residente en Martos la reciente pérdida de su hermano a quien había dado cristiana sepultura en el suelo sagrado de Santa María de Torredonjimeno, pero a esa aflicción se le añadían unas jaquecas o migrañas que lo atribulaban de un tiempo a esa parte, condenándolo a una sordera que avanzaba y que prácticamente lo había inutilizado. Los fieles acudían a su confesionario, y el pobre hombre a duras penas podía oírles sus pecados. Veamos, por su fidedigna declaración, la notoria mejoría que experimentó tras el trato que tuvo con el beato fray Diego José de Cádiz.


"Frey D. Manuel Antonio Zorrilla del hábito de Calatrava, prior de dicha villa depuso; que padeciendo de muchos años unos tremendísimos dolores de cabeza que le impedían todo estudio y aplicación al confesionario, pues de ellos le había resultado una extraordinaria torpeza de oído, en el primer día que allí estuvo el P. Fray Diego le suplicó le leyese un Evangelio, á que se prestó muy pronto, sentí, dice, un alivio muy particular al contacto de su mano, y desde luego tan bueno y firme en el oído, que llevando en los días de la misión ocho, ó diez horas de confesionario, no volví a padecer ni aquellos dolores, ni tal incomodidad."


El beato fray Diego también participaba del don profético. Las prédicas del popular fraile de Cádiz advertían de los peligros que entrañaban las turbias corrientes ideológicas, impías y ateístas, que en la Francia de la época campaban a sus anchas. Estas ideas iban preparando el camino a la orgía sangrienta que fue la Revolución Francesa que nueve años después, en 1789, tendría lugar. El bienaventurado gaditano se anticipó a su tiempo, y con anterioridad a la invasión napoleónica, advirtió a los españoles el peligro que entrañaban las tormentas revolucionarias que se cernían sobre Europa, los ríos de sangre que la soberbia de los envanecidos ilustrados y la lujuria de los libertinos derramarían.


Algunos descreídos, a todo esto le denominan "oscurantismo" o "milagrería". Nosotros, creyentes, sabemos que todas estas cosas son lo que Cristo nos enseñó: fe que mueve montañas, la fe que mueve a los pueblos.

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