jueves, 26 de febrero de 2015

RESCATANDO A NUESTROS HIJOS ILUSTRES


Pila Bautismal de la S. I. Catedral de Jaén
 
Dedicado a mi amigo Luis Ortega Vegas, a mis antiguos alumnos Fernando Vilchez y Nacho López-Barajas y a mi compañera Juana;
en el día de hoy, cumpleaños de los cuatro.


FRANCISCO DE CUENCA Y ARJONA, HUMANISTA Y POETA TOSIRIANO

Manuel Fernández Espinosa

Desde la revista ÓRDAGO (y hasta nueva publicación impresa, a través de este blog) nosotros estamos empecinados en la tarea que nos hemos autoimpuesto de conocer y dar a conocer nuestra historia local. Sentimos que es una necesidad, pues el estado de las cosas en lo que atañe al conocimiento y divulgación de nuestro pasado es -digámoslo sin ambages- deplorable y deja mucho que desear. Es tanto lo que hay por profundizar que todo cuanto se hace parece poco. No entraremos a considerar los factores que tienen estancado el estudio de nuestra historia, pero sí pudiéramos achacarlo a cierto desapego por lo propio: vicio no sólo tosiriano, sino de dimensiones nacionales en nuestros aciagos días.
 
Los personajes del humanismo local dieciochesco (fray Juan Lendínez y fray Alejandro del Barco) han sido bastante estudiados por nosotros mismos, ofreciendo el fruto de nuestros estudios en algunas publicaciones impresas, como la revista ÓRDAGO y VIDAS DE LA IBÉRICA TOSIRIA: estamos pendientes de ofrecer más material de nuestras investigaciones sobre estos dos grandes tosirianos del XVIII. Y quisiéramos dejar sentado que, aunque nosotros mismos los hemos llamados "ilustrados" (por desarrollar su actividad intelectual en el siglo de las luces) estaría por ver si el calificativo les cuadra tanto como parece a simple vista. A esta altura de las cosas, preferimos llamarlos "humanistas", aunque algunos (como el hispanista alemán Karl Vossler) pusieran en tela de juicio que en España haya "humanistas" en un sentido lato, debido al prejuicio del erudito germano que pensaba que en España prevalecía el gusto por el pensamiento teológico-simbólico y alegórico, que para él eran términos: "que se han opuesto siempre al pensamiento humanista". Dejando a un lado estas consideraciones, podemos afirmar que en España hubo humanistas y tanto que los hubo; pero de una pasta muy nuestra, nada de paganizantes ni frívolos descristianizados.
 
El florecer de nuestras universidades durante los siglo XVI y XVII aportó un gran contingente de hombres cultos (clérigos en su mayoría) que justamente pueden ser llamados "humanistas". Pero no solo fueron Salamanca, Alcalá de Henares o Granada las únicas universidades de aquella época: la verdadera reforma católica de la Iglesia desplegó tal actividad que a esas universidades de postín, pronto le salieron a manera de hijuelas en las provincias. Es así como en esos siglos de oro asistimos a la institución de universidades en Osuna o en nuestra bellísima Baeza. Eso sí, como afirma Abraham Madroñal: "Los humanistas [españoles] del XVII se posicionan claramente a favor de la Contrarreforma" y, sigue diciendo el mismo autor: "hay en algunos humanistas una cerrazón al exterior, por considerar que de fuera sólo podían llegarnos influencias de herejes", pues para ellos, como apunta Madroñal: "todo lo que interesa se muestra en el libro sagrado, la verdad divina es el origen de todas las verdades".
 
Para el entonces Reino de Jaén, la universidad de Baeza fue alma máter de muchos regnícolas y Jaén contó con grandes humanistas como el teólogo Diego Pérez de Valdivia (eminente inmaculista), el matemático Juan Pérez de Moya o el historiador marteño Diego de Villalta, algunos formados en Baeza y otros bajo la influencia de humanistas españoles e italianos de primer orden. Además de los autóctonos, Jaén puede gloriarse de haber tenido al vascofrancés Juan Huarte de San Juan, eminencia de los médicos de su época, traducido en sus tiempos a las principales lenguas vernáculas europeas y digno de ser estudiado hasta en nuestros mismos días. Pero, ¿aportó nuestro Torredonjimeno algún humanista? Nos felicitamos por haber encontrado a uno que, bien lo sabemos, no fue el único, pero sí el que más sobresalió en su época.
 
Francisco de Cuenca y Arjona nació en Torredonjimeno el año 1584. Se formó inicialmente en el Colegio de Filosofía y Moral que había sido fundado en el Convento de Nuestra Señora de la Piedad de Madres Dominicas que, recordemos, fue triple fundación (aunque hoy solo permanezca la conventual): Convento, Colegio de Doncellas y Colegio de Filosofía y Moral. En los años en que Francisco de Cuenca estudió en él, la casa dominicana en Torredonjimeno llevaba unas décadas de andadura. Pasó al Convento de Santa Catalina de Jaén y terminó sus estudios como maestro en Artes y Teología por la Universidad de Granada, recibiendo las órdenes sagradas en 1606 y ganando la Cátedra de Gramática de la Catedral de Jaén. En la Escuela Catedralicia desempeñó su actividad profesional como catedrático de Gramática entre 1606 y 1636. Pero también desarrollaba la docencia en su casa, convertida en Casa de Pupilos.
 
Además de sus quehaceres docentes, Francisco de Cuenca cultivó la poesía, siendo considerado como uno de los poetas religiosos más importantes del siglo XVII. Aunque residente en Jaén y, por sus cometidos docentes podemos pensar que poco saldría fuera de la provincia, Cuenca se relacionaba con lo que Pedro Velarde de Ribera llamó, en su "Historia Eclesiástica del Monte Santo, ciudad y reino de Granada", la "Academia de Granada"; y aquí es necesario que puntualicemos que lo que en aquel entonces era llamado "Academia" había empezado a ser, en su origen, apoteosis poéticas de Santos o Vírgenes, con motivo de sus particulares fiestas, aunque pronto se ampliaron los asuntos sobre los que giraban estos concursos poéticos (que también podríamos llamar Justas Poéticas). Fueron famosas la Academia de los Generosos (Lisboa), la de los Anhelantes y la de los Ociosos (de Zaragoza); algunas de estas Academias fueron más estables, convirtiéndose en tertulias, como la Academia de la Casa de Pilatos (Sevilla), o la de los Nocturnos de Valencia; ésta se congregaba alrededor del caballero calatravo Bernardo Catalá de Valeriola y sus miembros ostentaban cargos como presidente, secretario, consiliario y portero, con el añadido de tener sobrenombres alusivos a la noche: "Secreto", "Centinela", "Silencio", etcétera.
 
Nuestro paisano participó en algunas justas poéticas organizadas por los granadinos (presumiblemente sus años universitarios le habían ligado a muchos de aquellos poetas de la Academia de Granada), pero también participa en la Justa Poética celebrada en Baeza a honor de la Inmaculada Concepción o en la que la Compañía de Jesús organizó para ensalzar a la Virgen del Alba en la misma ciudad de Jaén. Avezado gramático, componía sus versos lo mismo en latín que en romance.

 
Nuestro Francisco de Cuenca tuvo que conocer y tratar al aventurero, escritor y clérigo Pedro Ordóñez de Ceballos (1547-1634) que, tras sus muchos viajes alrededor del mundo y mil hazañas, se asentó en Jaén a principios del XVII, cuando empezaba su docencia el tosiriano; y si trató a Ordóñez de Ceballos, no dejaría de tratar al también humanista manchego Bartolomé Ximénez Patón (1569-1640), tan amigo de Ordóñez. También se sabe de cierto que Cuenca cultivó la amistad con Lope de Vega y con el humanista murciano Francisco Cascales (1563-1642). Cascales, en una epístola a Cuenca, le dice al tosiriano, en términos encomiásticos: "Yo también doy gracias a Dios porque nací hombre, y no bestia; porque soy cristiano, y no pagano, y porque tengo por amigo al español Sócrates, Francisco de Cuenca". Por lo que se deduce de la carta de Cascales, Francisco de Cuenca tenía una salud quebradiza que éste achacaba a los severos estudios a los que se aplicaba lo más de su tiempo.
 
Foto de Manolo Fernández.
Francisco Cascales
 
A tenor de esta condición enfermiza Cascales consuela de los rigores de su enfermedad a Cuenca con una hermosa metáfora en la que el murciano compara el extenuante ejercicio intelectual al que se entrega el otro, con el estrago que experimenta la salud de los mineros, pues -dice Cascales- que la sabiduría es como el metal, que para extraerlo de la tierra, "se arriesga la salud y la vida", terminando por recomendarle que: "Cure, pues de su salud, siquiera para saber siempre más".
 
Casi toda la producción poética de Francisco de Cuenca está manuscrita e inédita. Su poesía castellana, además de la circunstancial (con motivo de Exequias Fúnebres y Fiestas religiosas locales), está inspirada en los modelos clásicos, pero destaca por sus poemas ascéticos y devocionales y, en algunos, se barruntan fulgores místicos. Por ser sus poemas tan extensos, prefiero ofrecer como muestra unas estrofas en vez de las composiciones completas y que, poniendo fin a este artículo, dejen el mejor sabor de boca de lo que fue, sin duda, uno de nuestros más ilustres compatriotas, digno de ser rescatado y rememorado por su sabiduría y por su lira poética.
 
En el primer caso, la estrofa pertenece a un largo poema que titula "Al desierto de los Carmelitas Descalzos"; por lo que dice en otros versos del mismo poema, el yermo carmelitano al que se refiere nuestro Francisco de Cuenca es  el de San Juan de la Cruz y, por lo tanto, se refiere a La Peñuela, enclavado en Sierra Morena; y a ésta, a Sierra Morena, nos la compara Francisco de Cuenca con la sulamita, del "Cantar de los Cantares", diciendo:
 
"Se llama a boca llena,
de suerte que tú adquieres
tal renombre, pues eres,
Sierra Morena, hermosa, aunque morena."

 
Todo el poema es un canto a la vida retirada, transportándonos a la naturaleza, a los senderos del bosque que son como calles intrincadas, donde -nos dice el poeta- "de gente ajena y de Dios pobladas" se está más cerca de Dios. Y termina el poema así:

"Aquí, pues, quiero en este campo solo
mirar tus bellas flores y guirnaldas
donde Céfiro bulle blandamente,
al tiempo que el dorado y rubio Apolo
a los indios volviere las espaldas,
hasta volvelles a mostrar su frente;
aquí, que no se siente
del mundo el falso trato
y en silencio se pasa,
tendré morada y casa,

o, por mejor decir, cielo barato;
aquí, sin más bullicios
que estar en soberanos ejercicios,
donde nadie mormura,
si no es el agua cristalina y pura."
 
La segunda estrofa que escojo pertenece a su poema "A Cristo Crucificado". El motivo por el que la elijo de entre todas las que componen el extenso poema es por ver en ella rasgos muy propios de este poeta nuestro, que yo -después de leer mucha poesía profana y sacra de los Siglos de Oro- no podría hallarle un término con el que poder compararla, lo que indica que, además del virtuosismo en la versificación, las imágenes del poeta tosiriano no son imitación de moldes convencionales, sino fruto de su inspiración y oración. Habría que ir a la hagiografía de Santa Catalina de Siena, santa y mística de la familia dominicana, para encontrar la raíz de esta inspiración mística.
 
"Mas para más amarte,
hiérame, Rey de Gloria,
de tu frente una espina:
será la anacardina
para tenerte siempre en la memoria,
que, si pasó tus sienes
y el divino cerebro donde tienes
tal memoria de amarme,
pasando el mío, no podré olvidarme.
Canción, pues que descubres mi rudeza,
habla, dejando el canto,
por señas y con llanto
al que en la cruz inclina la cabeza
en señal que nos ama,
y que por señas a su amor nos llama."
 
El poeta, en la contemplación de Cristo Crucificado y consciente de su tibieza, suplica que una espina de la corona que ciñe la frente de Jesucristo Nuestro Señor lo hiera a él, para que ésta sea "anacardina". La "anacardina" era un fármaco de la época  que se hacía con anacardo (Anacardium occidentalis: nuez indiana) y que, según se creía, era remedio para desmemoriados.

Anacardina tendríamos que tomarnos, para no olvidar a nuestros más grandes, que nacieron en nuestro pueblo y que apenas son conocidos por sus mismos compatriotas.
 
Grabado del Santo Rostro, de Durero

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