martes, 19 de mayo de 2015

EL HIDALGO QUE PINTABA TORREONES


Manuel Molina Zufía, en su estudio de artista
 
 
A LA MEMORIA DEL MAESTRO MANUEL MOLINA ZUFÍA, NUESTRO AMIGO,
QUE PASÓ A MEJOR VIDA EL 19 DE MAYO DE 2015
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
y
 
Luis Gómez López
 
 
 
 
 
Siempre es triste despedir a un amigo. Y hoy, todavía de cuerpo presente, no podemos dejar de apesadumbrarnos en las primeras horas en que nos hemos percatado del vacío que ha dejado entre nosotros, sus vecinos y amigos. El llanto, sobre el difunto -que dicen los castizos. Y, después de rezarte unas Avemarías al pie de tu ataúd, queremos hablar de ti, homenajearte como mereces, aunque mereces mucho más.
 
Manuel Molina Zufía falleció esta madrugada, se fue plácidamente, con la discreción que siempre caracterizó su vida de hombre bueno entre nosotros. Todo el pueblo lo conocía y lo apreciaba. Fueron muchos años los que trabajó atendiéndonos cuando comprábamos un billete de autobús a Jaén, a Martos... Hasta su jubilación se empleó dando la cara al público para los autobuses UREÑA: con su cordialidad, su bonhomía, su clásico bigote de galán.
 
Nosotros también tuvimos la fortuna de conocerlo y tratarlo, primero en la Hermandad y Cofradía de Jesús Orando en el Huerto de los Olivos y María Santísima de la Fe y el Amor, en los buenos tiempos de Cristóbal Liébana López, otro grande que se nos fue. Más tarde, cuando emprendimos la aventura de nuestra revista ÓRDAGO, ahí estaba Manolo, siempre dispuesto a nutrirnos con fotografías antiguas y dibujos suyos.
 
Hemos pasado buenas horas con Manolo, en su estudio artístico, hablando de los viejos tiempos que él conoció y nosotros conocimos mejor gracias a sus noticias. Siempre que nos encontrábamos en la plaza, en la calle, era algo más que un "Adiós": nos parábamos, nos dábamos parte de estas y las otras novedades, nos emplazábamos para vernos algún día y las puertas de su casa, siempre abiertas para nosotros. La diferencia de edad no era un obstáculo para que hubiera entre Manuel Molina Zufía y nosotros una simpatía que fluía.
 
Su conversación era reposada y siempre amena. El tema príncipe de nuestras tertulias con él fue el arte, que vivía apasionadamente. Dominaba el arte: no sólo en su ejecución (lo mismo al carboncillo que con pinceles), sino que se notaba que había estudiado a fondo la historia del arte, las técnicas, los secretos de los clásicos de todos los tiempos y, con preferencia, los barrocos. Pero otro de sus temas predilectos eran las historias de la vieja Tosiria, de la que sabía bastante. Una de las ramas de su árbol genealógico, nos lo contó él mismo, procedía de Navarra y esos antepasados suyos se habían asentado en Torredonjimeno tras la Tercera Guerra Carlista. Manolo Molina Zufía había tratado a todos nuestros grandes locales de la segunda mitad del siglo XX: a D. Juan Montijano, a D. José López Arjona... Y atesoraba muchas anécdotas de ellos que transmitía con su campechanía y particular gracejo de gentil caballero. Nunca le oímos una palabra fea de nadie: pues como cristiano callaba, cuando no podía alabar. Esposo ejemplar y buen padre, el buen recuerdo de su paso por esta vida quedará no sólo en sus más cercanos familiares: su viuda e hijos, sino en todos cuantos tuvimos la suerte de tratarlo.
 
Como hombre de profundas creencias la religión fue uno de los temas predilectos de Manolo, fuente de continua inspiración para su obra pictórica. Y el otro, fueron los rincones de nuestra patria chica, que también plasmó en sus lienzos, en sus óleos, acuarelas y dibujos: el Molino del Cubo, la Torre Fuencubierta... Con el arte expresó su mundo interior, habitado por sus devociones locales y el amor que tuvo siempre a Torredonjimeno.
 
Se nos hará raro pasar por la plaza o por la calle Santa Teresa y no volver a verlo más: con su guayabera, su sombrero, su bastón, con las hechuras de hidalgo de otro tiempo, de mejores tiempos, cuando había tiempo para admirar las cosas más cercanas y sencillas, detenerse a contemplarlas, hacerle unos versos a un palomar o dibujar la vetusta torre parroquial.
 
Te añoraremos, Manolo. Y te recordaremos siempre paseando, llevándote a tu estudio de pintor una idea, una imagen, a la que dedicarle un tiempo para captar el núcleo de eternidad de toda cosa que, en la evanescencia efímera de su realidad material, se mantiene durante un tiempo. Pintor de torreones que son símbolo de fortaleza y resistencia fuiste, Manolo. ¡Cómo añorabas tiempos de honor y caballerosidad! Como nosotros los añoramos.
 
Como creemos en la otra vida, te despedimos, con el consuelo de que estés gozando ya de la eterna gloria de Dios Nuestro Señor.
 
 
 
Torre Fuencubierta, dibujo de Manuel Molina Zufía

 
 

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