lunes, 1 de junio de 2015

PEPA Y “PEDRO PERICO” LOS SIRVIENTES DEL POETA Y DRAMATURGO JOSÉ ZORRILLA




 "El porcunés D. Pedro García y su esposa Dª Josefa García, criados que fueron del dramaturgo y poeta D. José Zorrilla" 

Luis Gómez
           
            Evocar el nombre de José Zorrilla es traer inmediatamente a la memoria su obra más conocida “Don Juan Tenorio” (obra que el lector puede leer gracias a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes pinchando aquí) la obra literaria de D. José es mucho más extensa, y sería injusto encasillarlo sólo por el éxito de una de sus creaciones.
            De D. José Zorrilla podemos saber grandes cosas sobre su vida y sobre sus obras, pues su biografía extensa y está bien documentada. Pero es gracias a las pequeñas aportaciones que pueden hacer los que viven a su alrededor, los que mejor nos dan una idea de cómo era el hombre que había detrás de la fama.
            Esos nombres son Pepa, (Josefa García) y su marido el porcunés Pedro García quienes fueron sirvientes del poeta durante muchos años.
            Rescatamos de la hemeroteca este precioso artículo firmado por el periodista Eduardo Ontañón, publicado en la revista “La Estamapa” y que nos ilumina sobre la vida privada del famoso escritor, así como la candidez y sencillez de los que fueron durante muchos años sus sirvientes y hasta confidentes

            Dice así el artículo de la Estampa de 5/11/1929



"Retrato de D. José Zorrilla. Según los sirvientes, no fue don José muy amigo de las cámaras de retratar, y hay muy pocas fotos de él"

Eso es: una aparición. Como que, lleno de dudas, llega uno a consultar el Diccionario, a mirar y remirar el perfil engallado—la melenita airosa, la barbilla de gnomo bueno—del hombre a quien encierran estas dos fechas, con el terrible paréntesis de los epitafios (1817=1895). Y estos tres adjetivos: célebre, inspiradísimo y fecundo.
Los criados de Zorrilla”, nos presentan. Y se les mira con desconfianza, con esa prevención que tan precisamente explica la frase anticuada: “de hito en hito. Casi como a fantasmas, como a los aparecidos del mismo “Tenorio”.
            Sin embargo, nada más inexacto para retratarles fielmente. Ella es una vieja obsequiosa (“Tengo setenta años”, dice, de blanco y antiguo pelo señorial, que recita versos y tiene la vista cargada de recuerdos. Hasta de recuerdos poéticos, con la esencia de «poética» que da el siglo XIX. Y él, un viejecillo sonriente, con acento andaluz («Soy de Porcuna, señor») y gracejo popular; estos son Josefa García y Pedro García, llamado «Pedro Perico» por el humor de Zorrilla. Actualmente, guardianes de una fábrica abandonada; antes, cocinera y, ayuda de cámara de D. José Zorrilla.
—Entré muy joven en casa del señor—dice ella. Hay que advertir que para Josefa García, a pesar de haber servido en dos casas más, el señor es siempre, con un profundo respeto, D. José Zorrilla. Con un profundo respeto que, como los recuerdos, guarda cuidadosamente desde el tiempo viejo. Y explica así su entrada:
—El señor era íntimo de D. José Soler, de Valladolid, que fué mi amo durante cinco años. Siempre que venía a casa de D. José, le gustaban mucho las comidas, «A -esta cocinera me la tengo que llevar yo», dijo alguna vez. Porque el señor era un poquito raro. Y un día de su santo, 19 de marzo, se empeñó en que había de ir a su casa. Y D. José Soler cedió. «Ha de estar conmigo hasta que se case», dijo el señor.
—Y allí nos conocimos, sí, señor—cuenta el marido, con mucha sonrisa.
 —¿Entonces, ya estaba usted en casa de Zorrilla? .
—¡Ya lo creo!... Cuando el juramento de la reina, cuando la coronación: en los mejores tiempos estaba yo allí... Y siempre, acompañándole a todas partes. Se agolpan los recuerdos, queriendo empujarse unos a otros. Iba siempre con él, llevando «la capita». «Porque a la salida del teatro se quedaba frío y tenía que arroparle. Al teatro—«a Calderón», dicen ellos—le llevaba también un sifón de agua de Seitz. «Siempre tenía sed».
Ahora habla ella:
—Cuando mataron al general Fajardo, que tenía yo veinticinco años, fué el señor a Cartagena, ¡qué tiempos! Estaba yo en amores con mi marido...
—Sí. íbamos a Orihuela y nos volvimos, hasta que se apaciguó la cosa—dice él. —iAy, y Cuando vino el periódico! Recorté la fotografía del señor, que siempre había querido tener, pero no me  atrevía a pedírsela. Y me lo leí todo. Y me aprendí hasta la dedicatoria del banquete que le dieron en Orihuela.
            Porque esta Josefa García tiene una memoria magnífica. Se acuerda de cosas que la sucedieron siendo muy niña; se sabe unos versos divertidos que hicieron a un farmacéutico cuando ella tenía doce años. Y es la biblioteca humana de Zorrilla: se aprendió y repite casi literalmente la mayoría de los versos «del señor»; el «Tenorio» completo, «El poema de Granada», «El zapatero y el rey», «A buen juez», etc. entre ellos, algunos desconocidos. Por ejemplo, éste, para el abanico de «su hermana Mariquilla»:

Tú romperás muy pronto,
Marica inquieta,
esta prenda del vago
viejo poeta,
mas té suplico
que guardes los pedazos
de este abanico,
porque estoy cierto
que has de quererme mucho
después de muerto.
Y cuando en ellos, rotos,
mis versos leas
y hecho entre ellos pedazos
mi nombre veas,
piensa, embeleso
de tus padres, que han sido
prenda de un beso.

Y este otro, seguramente improvisado en el brindis de cualquier reunión familiar de principio de año:

Si el año sesenta y cinco
no me falta la fe,
le aguardaré sin miedo,
sumiso, resignado,
con el semblante ledo,
y mientras tenga fuerza
le aguardaré de pie.
Ni lo que fué me aterra
ni el porvenir me espanta;
mientras en pie me tenga,
con voz en mi garganta,
mis versos y mi patria
a Dios consagraré.
Aunque me falte tierra
donde poner mi planta,
aunque me falte cielo
donde poner mi luz,
no me faltará nunca
de Cristo la ley santa
ni fosa en que me entierren
ni sombra de urna cruz



"Retrato dedicado a Pepa y Pedro de Dª Juana Pacheco, segunda esposa del poeta"


            Después, animada por el buen recuerdo, nos dice no sólo los versos de Zorrilla, sino también los dedica dos a él y hasta a su esposa, a doña Juanita Pacheco, hija de la célebre comedianta y segunda mujer de don José Zorrilla, — ¡Qué guapa era y qué joven! La llevaba cuarenta años el señor... Se llevaban muy bien. Ella casi no salía de casa. Allí estaba siempre con doña Maximina Pinto
y doña Teresa, la de D, José Banda, que tocaba muy bien el piano en las reuniones que tenían: los valses de «Fausto», ¡tan bonitos!, sobre todo.
—¿Y a qué amigos de D. José recuerda usted de aquellas reuniones?
 —Muchos, muchos personajes: don José Banda, que tenía una mano de plata; el conde Vaqui, la marquesa de Medinaceli, D. Magín Puig,.. ¡Había que ver aquello! Venía el señor del teatro, y todo eran emparedados del Suizo, té con manteca... ¡Se gastaban seis duros diarios sólo de champán! Por la noche me daban doce duros para la compra. Claro. Había siempre de diez a doce señores a comer.
—Sería el buen tiempo de Zorrilla, Cuando más dinero ganaba, ¿verdad?
 — ¡Uy, ya lo creo! Entraban en casa muchas pensiones. Sólo la marquesa de Medinaceli le pasaba una de 18,000 reales; y venían otras de Barcelona y del mismo Valladolid, de la misma cantidad... Luego, las veinte pesetas que le daban por cada libro del «Poema de Granada» que se vendía. También traían coronas con bandas preciosas, plumas de plata y oro, estatuas de tamaño natural,.. ¡Bien lo he limpiado yo todo! Ahora está en el Museo de Valladolid, porque lo regaló la señora cuando murió el señor.
Habla “Pedro Perico”:
—Cuando venia el dinero, lo recogía yo en cestillos y lo guardaba en el armario de una habitación a la que entrabamos sólo él y yo... Que venía alguna cuenta, pues me decía: «Pedro Perico», “Saca el dinero”. Alguna vez le dije: “Por Dios, señor, que se gasta mucho”. Pero él contestaba: «No te apures; cuando se acabe, me quito la gorra y no faltara quien me eche limosna».., ¡Era un gran señor!
 —¿Cómo recuerda usted a Zorrilla, Josefa? ¿Cómo le tiene calcado en la memoria?
—Muy bien. Con mucha claridad.
Era pequeñín, grueso: sombrero de copa alta y tacón. Vuelta a la policromía ochocentista: los valses de «Fausto», los emparedados del Suizo, las coronas, los poemas a Granada. Y, el copa alta y el tacón. Todo se nos vuelve a la mano, como un pájaro domesticado, gracias al recuerdo de estos viejecíllos supervivientes.
“Pedro Perico” evoca ahora la vida que, habitualmente, hacía Zorrilla. A la mañana, «serían las nueve», se levantaba y se ponía a trabajar. Hasta las doce, que Pedro le daba «un unto a la cabeza», acaso el unto de la inspiración.
Después de comer continuaba el trabajo hasta bien entrada la tarde. No salía más que después de cenar, que solía ir al teatro. Y Pedro, detrás, dándole escolta con la capita y el sifón. Ahora es Josefa quien recuerda.
—Tuvo una temporada de ir todas las noches a la parroquia de la Antigua; daba vueltas y más vueltas por allí. Yo estaba intrigada y con mucha curiosidad. Por fin, un día me atreví:
“Señor, tendría sumo gusto en saber lo que está haciendo”. Y me contestó así mismo: “No, eso no se verá hasta muchos años después de que me haya muerto”. Por eso estoy segura de que, cuando el centenario, saldrán muchas cosas grandes... Ustedes, que son jóvenes, lo verán.  
—¿Y no conservan ninguna cosa de Zorrilla: cuartillas, libros?...
— ¡Ay, sí, señor! Un retrato dedicado que le pedí yo al casarme, como único regalo de boda... También tenía varias cartas escritas, pero se las llevó un amigo catedrático, de León. Me llamaba el señor “mona grande” y “mona chica", y bromas así... ¡Mucho nos querían! Asistieron a nuestra boda, y después siempre se interesaron por nosotros. El señor lo dijo varias veces:
«Si por alguien he de hacer en este mundo, ha de ser por Pedro y Pepa».
Otros recuerdos:
—En Calderón entrábamos de balde, con sólo decir en la taquilla: «Servidumbre de Zorrilla».
—Cuando hizo el «Poema de Granada», ya estaba yo en casa del señor, Y me regaló uno. ¡Uy, qué bonito era!
—Como el señor era tan raro, no quería retratarse. «¿Pero por qué no te retratas?», le solía decir doña Juanita. Y también la señora marquesa de Medinaceli, que a todo trance quería un retrato suyo. Pues bueno: un día se fué a Madrid y se vino con la fotografía, enseñándola muy contento. ¡Ay, qué alegría! ¡Parece que lo estoy viendo cuando se la dio a esos personajes!
Pepa y “Pedro Perico” sonríen secamente, paladeando lejanas sensaciones. Todo se perdió, todo se fué. Pero ahí está, perenne, su recuerdo, terso y coloreado, como estampa bien conservada. Y también los retratos con afectuosa dedicatoria. —¡Los retratos!... Eso es lo que nos queda de todo
Aquel tiempo bueno.
EDUARDO DE ONTAÑÓN

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