martes, 29 de marzo de 2016

LA CALLE DÁVALOS Y SUS FRANCISCANOS MILAGROS



Piedra Armera de los Melgarejo,
emparentados posteriormente con los Moro-Dávalos,
hoy en la fachada de la Iglesia Parroquial Mayor de San Pedro Apóstol,
Torredonjimeno



Manuel Fernández Espinosa



La calle Dávalos conserva en su nombre la memoria de un apellido tosiriano de prosapia, el de la hidalga familia que en ella estuvo avecindada durante siglos: los Moro-Dávalos.

Nos cuenta Alejandro del Barco que el primero de los Moro-Dávalos que se asentó en Torredonjimeno fue D. Francisco Moro-Dávalos, que muy probablemente era natural de Úbeda, ciudad de la que vino cuando se instaló en nuestra localidad a mediados del siglo XVI. En Torredonjimeno D. Francisco tuvo tres hijos: D. Cristóbal, Don Francisco y Don Juan Moro-Dávalos. Dicen los mayores que la trasera de su casa palaciega venía a dar a la Plaza Mayor, y sus balconadas se han conservado hasta hace bien poco; permanece no obstante el espíritu de la fachada antigua, aunque transformado, en lo que es la fachada que va desde el Casino a la sede de CAJASUR. Pero queda por contrastar esta noticia oral.

No obstante, era en la casa de los Moro-Dávalos, ubicada en la calle homónima, en donde se hospedaban los frailes franciscanos cuando, ya del convento de Martos, ya del de Jaén, venían para pasar temporadas en Torredonjimeno, allegando limosnas, predicando y formando en la piedad a los miembros de la Orden Tercera de San Francisco de Asís.

Así como los Padilla eran de marcada vocación dominica, la familia Moro-Dávalos era franciscana, muy devota de San Francisco de Asís. Dos sucesos, atribuidos a milagro, ocurrieron en esta casa, como así nos lo cuenta el antiguo cronista franciscano de la provincia de Granada, P. Fray Alonso de Torres, en un libro del año 1683.



LA ORDEN TERCERA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS



Años antes de ser fundada la orden tercera de San Francisco había tenido lugar a las afueras de la villa un extraño suceso que se consideró milagrosa intervención y aparición de San Francisco de Asís. El lugar en que ocurrió aquel suceso se llamó desde entonces Pocito Santo. Este evento tuvo como protagonista a un empedrador de nación francesa que había españolizado su apellido, haciéndose llamar Juan Serrano. No nos vamos a detener ahora en las circunstancias que enmarcaron aquel acontecimiento, válganos la fecha de aquel episodio: miércoles, 23 de octubre de 1585.

La Orden Tercera franciscana, a la que pertenecía la familia Moro-Dávalos, al igual que muchas familias tosirianas de toda condición social, se había fundado en Torredonjimeno el año de gracia de 1610 de la mano del P. Fray Fernando de Castro, fraile francisco del convento de Jaén. La orden tercera franciscana estaba por aquellos años en su pleno apogeo, y no sólo en Torredonjimeno, sino en toda España. Pocos eran los pueblos españoles que no tenían su orden tercera de San Francisco de Asís. Pongamos por caso, y es caso notable, que, tres años después de que esta orden tercera se fundara en Torredonjimeno, D. Miguel de Cervantes Saavedra ingresaba como novicio en dicha orden. El sábado santo, 2 de abril, de 1616 D. Miguel de Cervantes pronunció los votos definitivos en su propia casa. Y para nuestra curiosidad sepamos también que estos hermanos terceros de Torredonjimeno eran enterrados, como el mismo Cervantes lo fue y como todos los hermanos terceros lo eran, con la cara descubierta, costumbre que tenía la Orden.



MILAGROS EN LA CASA DE LOS DÁVALOS TOSIRIANOS



Pasan los años y crece la devoción a San Francisco de Asís en Torredonjimeno. Y más que crecerá con la rara noticia que se difunde de lo que se consideran milagros debidos a su poderosa intercesión.

Uno de los Moro-Dávalos, D. Francisco, hijo de D. Francisco Moro Dávalos, había casado el 9 de enero de 1662 con Doña Antonia Huete Castellano, hija de D. Cristóbal Huete y doña Catalina Castellano. Seis años llevaban casados D. Francisco Moro-Dávalos y Doña Antonia de Huete, cuando, allá por septiembre de 1668, doña Antonia de Huete, a consecuencia de un mal parto que acabó en aborto, estuvo a las puertas de la muerte. No se darían prisa en enterrar al mortinato, pues a juzgar por el estado en que se encontraba la madre, todo hacía presagiar que ambos irían a la sepultura. Era la costumbre en estos casos la de abrir en canal a la difunta madre para introducir en su seno a la finada criatura (así se nos hace constar en una curiosa entrada que obra en los obituarios de los archivos parroquiales).

La familia y la servidumbre lloraba alrededor del lecho de dolor donde yacía la señora, debatiéndose entre la vida y la muerte, cuando el suegro de la convaleciente doña Antonia, D. Francisco Moro-Dávalos, se abrió paso entre las plañideras y, a voces recias, con esa fe que tenían los recios hidalgos castellanos de antaño, dice así: "¡Hija, hoy es día de las Llagas de nuestro Padre San Francisco, y no es posible suceda cosa adversa en mi casa!".

Después de implorar el favor del santo repetidamente, doña Antonia se restableció. Y en agradecimiento a lo que se supuso milagrosa intercesión de San Francisco de Asís, el esposo de doña Antonia de Huete labró en su casa un cuarto para aposentar a los religiosos de San Francisco. Por su parte, agradecida por la intercesión de San Francisco, Doña Antonia hace el voto de mandar Misa en cada aniversario de aquel suceso que la devolvió a la vida, observando su puntual cumplimiento de año en año.



EL INCENDIO DE LA CASA ENCENDIDA



Casa es la de los Moro-Dávalos encendida por la fe inquebrantable en las bondades de Dios y la intercesión de San Francisco de Asís. En 1672 muere D. Francisco Moro-Dávalos, el suegro de Doña Antonia que, en tan dramático trance, afincó su fe con aquellas firmes palabras de esperanza que hemos evocado. Un día de ese año 1672 la señora doña Antonia se va a oír Misa a San Pedro, cerrando la puerta de su casa con llave. En el traspatio de la casa se prende fuego, y los vecinos corren a avisar a la familia que está en la iglesia.

Pero, ¿qué creemos que hizo Doña Antonia cuando le llegaron con tan infaustas nuevas?. ¿Perdió los nervios ante la noticia y corrió a atender sus intereses?. Nos queda muy lejos aquel espíritu confiado de nuestros antepasados, "alcionismo" como le llama Julián Marías, que es la expresión de la entereza de nuestros antiguos. La señora, con todo el empaque que podemos imaginar en una hijadalgo de aquellos entonces, desoye el clamor de los vecinos que alarmados han venido a avisarla. Impasible escucha la novedad que le traen. Manda que se aparten de ella y la dejen en paz asistir a los oficios sagrados a los que ha venido a San Pedro. Se queda en la Misa hasta su término, sin importársele un ardite la deriva de las llamas que se han declarado y que amenazan la ruina de su casa.

Después del "Ite Misa est", doña Antonia regresa a su morada. Por fortuna -no olvidemos que ella tenía claro que por milagro providencial- no había nada que lamentar. El fuego no había ocasionado todo el perjuicio que se había calculado que podía causar. La casa se había encendido, pero no se había incendiado.

sábado, 19 de marzo de 2016

EL SÍMBOLO DEL VELO EN LOS TEMPLOS CATÓLICOS

Luis Gómez López


"Isis Alada"

            Las referencias al uso del velo en las religiones de la antigüedad son muy abundantes. Era muy normal que los dioses recibiesen culto en los templos o lugares sagrados, y estos estuviesen alejados de la vista de los mortales siendo sólo accesibles para los sacerdotes en cámaras especiales en el interior del edificio, eran los llamados santa sanctórum. En ocasiones especiales, los fieles podían ver al ídolo o dios pagano representado por una estatua, que con frecuencia aparecía cubierto por velos, para evitar así que los mortales mirasen directamente a la cara del dios, pues éste podría fácilmente fulminarlos con una mirada[i].

            Este tipo de prácticas fueron muy extendidas, y su significado radicaba en hacer entender a los fieles el poder de la divinidad, al mismo tiempo que se hacía imprescindible el poder de los sacerdotes o sirvientes del dios como mensajeros e intermediarios entre las peticiones terrenales de los hombres y la voluntad divina.  Las ofrendas llevadas al efecto servían para conseguir ese favor y ser atendido en la súplica. Ello obligaba a que los templos tuviesen una especial regulación y disposición dentro de las ciudades o santuarios, y que sus edificios mostrasen unas particularidades arquitectónicas que han sido respetadas durante siglos por los arquitectos o constructores. El velo, pues, oculta el conocimiento supremo a los infieles. Sólo los iniciados en los sagrados misterios son capaces de acceder a ese saber.

            Egipto fue uno de los centros principales de irradiación de esas tendencias, y el culto a Isis una de sus principales fuentes.
            Según la mitología egipcia, la diosa Isis tenía por nombre en egipcio Ast y se la representaba llevando un trono (ast) sobre su cabeza y, originalmente, fue la representación del trono para los egipcios.
            Isis era la Reina de los dioses o la gran diosa madre, que había recuperado y embalsamado del cuerpo de Osiris. Era además la protectora de otro dios egipcio Horus el Niño. Se la consideraba como especial protectora de la maternidad y del nacimiento y socorredora de las madres y de los niños y la familia en general.

            Dentro de la literatura egipcia, encontramos que Isis fue también llamada como “La Gran Maga” por haber recompuesto el cadáver de Osiris y procreado con él y por haber creado mediante magia la primera cobra y usado su veneno para obligar a Ra a revelarle su nombre secreto; el conocimiento de este nombre le daba poder sobre Ra; en ello se vio la iniciación a un culto secreto, descrito por Apuleyo en “El asno dorado”; por el poder adquirido podrá curar también las enfermedades de los dioses[ii].


 "Apuleyo escribió la obra El Asno de Oro"

Con el romanticismo del siglo XVIII y el resurgir de la egiptología del XIX, el culto a Isis se hizo famoso, creándose sociedades secretas (masónicas) y esotéricas que se hacían conocedoras de grandes secretos mágicos y poseedoras de poderes especiales provenientes de ese periodo[iii]. El velo, como elemento que oculta el conocimiento e impide ver la verdad y acceder al secreto, es por lo tanto, algo primordial e importante en este tipo de religiones y de sociedades secretas.

            Por su parte el humanista y político francés Charles François Dupuis, en los albores del siglo XIX trató de explicar la existencia de Dios mediante la mitología comparada, tratando de establecer paralelismos entre el Sol y Jesús. En su libro “Compendio del origen de todos los cultos” dice e lo que concierne al velo: “Y eso significa la sublime inscripción del templo de Sais[iv] -Yo soy todo cuanto fue, todo cuanto es y todo cuanto será y ningún mortal ha descorrido el velo que me encubre” Dicha frase fue el refugio de infinidad de personajes para concluir que en el culto antiguo de dicha diosa, existía un arcano o conocimiento oculto y que en el velo de esa diosa, y tal y como diría Javier Hernández-Pacheco en su trabajo sobre el Velo de Isis, se encuentra “La subjetividad de la diosa que guarda en si la clave interpretativa del mundo. Con esa clave seremos capaces de interpretar el lenguaje de su velo, y leyendo lo que significa podremos ver lo que oculta. Ahí está la verdad de todas las cosas, el significado de la Naturaleza”.

            El velo, por lo tanto, siempre ha estado relacionado con el conocimiento. El velo es lo que impide al mortal acceder a la verdad de todas las cosas. Es un aspecto iniciático imprescindible en muchas religiones, y el cristianismo no podía ser menos.



"El Velo del Templo se desgarra"

El velo en el Antiguo Testamento.

            En la Biblia, Moisés le dice a Jehová: “El entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro”.

            En este pasaje Dios le revela a Moisés el verdadero poder de su Majestad advirtiéndole que si algún mortal ve el Rostro de Dios, morirá, y es por ello que no puede mirarse directamente a la cara de Dios. Sólo la presencia de Dios Todopoderoso es suficiente para que uno quede impregnado de su Majestad. El propio Moisés hubo de colocarse un velo sobre el rostro para evitar que sus congéneres tuviesen miedo, pues su piel resplandecía y era luminosa, pues había estado cerca de la Gloria Divina

Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios. Y Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y he aquí la piel de su rostro era resplandeciente; y tuvieron miedo de acercarse a él.  Entonces Moisés los llamó; y Aarón y todos los príncipes de la congregación volvieron a él, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el monte Sinaí. Y cuando acabó Moisés de hablar con ellos, puso un velo sobre su rostro. Cuando venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le era mandado. Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar con Dios” 


"Moisés presenta las Tablas de la Ley y despide Rayos de su cabeza por haber estado en presencia de Dios Padre"

Pero las referencias en el Antiguo Testamento sobre el velo no se quedan ahí. Quizás el pasaje del  “velo” más conocido sea el velo que se ubicaba en el Templo de Jerusalén y que separaba la parte de los fieles de la zona donde se guardaba el Arca de la Alianza.

            Según Flavio Josefo, un historiador judío del primer siglo dice sobre este particular: “Tenía más de una cortina de la misma largura, es a saber, el velo que llamaban de Babilonia, variado y tejido de colores; es a saber, cárdeno y como leonado, de grana y de carmesí muy excelente, hecho y labrado con obra maravillosa, y que había mucho que ver en la mezcla de los colores, porque parecía allí una imagen y semejanza de todo el universo: con la grana parecía que se representaba el fuego, con el leonado la tierra, con el cárdeno el aire, y con el color carmesí se representaba el mar, parte de esto por los colores ser tales; pero el carmesí y el como leonado, porque la tierra lo produce y nace de ella, de la mar el carmesí. Estaba pintado allí todo el orden y movimiento de los cielos, excepto los signos”.

            Un poco más abajo, nos sigue diciendo el mismo autor: “La parte del templo más adentro era de veinte codos; apartábase de la de fuera con otro semejante velo, y en ésta no había algo: ninguno la podía ver ni llegar a ella, porque era muy inviolada, y ésta era la que llamaban Santa Sanctorum: por los lados del templo más bajos había muchos repartimientos y galerías hechas a tres, y a cada lado había entrada para recogerse en ellas: la parte del templo superior no tenía los mismos apartamientos, por donde era más estrecha, y de cuarenta codos más alta, y no tan ancha ni de tanto cerco como la inferior”.

            Flavio Josefo utilizaba la medida del codo para medir la longitud de dicho velo, pero a día de hoy no hay seguridad respecto a cuánto equivalía exactamente un codo a nuestras medidas de metros y centímetros, pero es válido asumir que este velo tenía cerca de 18 metros de altura. Josefo también nos dice que el velo tenía 10 centímetros de espesor, y que aún a dos caballos atados a cada uno de sus extremos, les era imposible rasgarlo.

            El significado del velo en el Antiguo Testamento está claro. El velo oculta a los fieles la divinidad. En la entrada del Templo se celebraban las ofrendas según la tradición judía, pero en el interior se guardaba la “presencia de Dios” ya que Dios y los hombres estaban separados por culpa del pecado y sólo los sacerdotes tenían la capacidad de penetrar en el espacio sagrado para hacer expiación de los pecados en nombre de todo el pueblo de Israel. Según la tradición Judía y del Antiguo Testamento, Dios no se ha “desvelado” todavía a los hombres.

            Pero todo eso cambiará con la llegada de Jesús de Nazaret.

El velo en el Nuevo Testamento     
  
            Al expiar en la Sata Cruz por la salvación de los hombres la Biblia nos dice por boca del evangelista: “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo…” Pero entonces ¿Qué significado simbólico tiene la rotura del velo para los cristianos en el Nuevo Testamento?

            Según los especialistas, el velo representa a Dios Mismo. Hasta la muerte de Jesús en la Cruz el sumo sacerdote tenía que entrar en el Lugar Santísimo a través del velo. Ahora Cristo es nuestro mayor y supremo Sumo Sacerdote y nosotros podemos entrar ahora en el Lugar Santísimo por Él. Según se dice en Hebreos 10:19-20 los fieles entran confiadamente al santuario “… teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne.” 


 "Fotografía antigua en la que se aprecia el antiguo retablo de la Iglesia de Santa María de la Inmaculada Concepción de Torredonjimeno, destruido por los rojos en la Guerra Civil"

            Por culpa de nuestros pecados Jesús ha sido azotado por los romanos. Su cuerpo ha sido lacerado por las caídas, los golpes, la tortura de los clavos que horadan sus pies y manos y finalmente ha sido atravesado por la Lanza de Longinus abriendo una profunda herida en su costado y desgarrando así su carne y al mismo tiempo “la tierra tembló y el velo del Templo se rasgó”. El sentido es claro. La carne de Jesús ha sido rasgada por nosotros así como Él rasgó el velo por nosotros. Ahora el Templo, la Salvación, está totalmente abierta a todos los hombres, tanto a los judíos como a los gentiles.


"Fotografías desde el coro superior del Convento de MMDD de Nuestra Señora de la Piedad de Torredonjimeno. Al fondo el retablo mayor barroco. En el fresco de la pared, en trampantojo, el velo que es descorrido por angelotes y querubines"


La representación simbólica del velo en la Liturgia de la Iglesia y en los adornos de los templos
            
El retablo de las iglesias es a decir de Jorgelina Araceli ”Una importante contribución española a la historia del arte que además de constituir un decorado escenográfico que respalda el ritual litúrgico de los Santos Oficios es una de las invenciones estéticas más sugestivas, bellas y dúctiles con que ha contado la Iglesia Católica como estrategia para persuadir al fiel”.

            En efecto. Las primeras iglesias no disponían de suntuosos y ricos retablos donde colocar el Santísimo Sacramento. Era tradición, que en los primeros siglos los fieles se llevasen la Forma Consagrada a sus hogares, y éstas estuviesen allí bajo su custodia. Se les proponía que estuviesen en sitio privilegiado del hogar y a ser posible, cubiertas con un velo o lienzo que las preservase de la suciedad. Pero lo normal en la iglesia oriental era que la Forma se guardase en el pastoforio[v] al lado del altar.

            Con el paso del tiempo estas piadosas costumbres se fueron regulando, y para evitar que la Sagrada Hostia se profanase se evitó el que se quedasen en el domicilio particular y fueron ubicadas en las primeras iglesias. El sitio elegido para ello no podía ser otro que un lugar preferente: detrás del Altar.

            Con el tiempo, los “retro tabularum” (o “detrás de la tabla” o “retablos”) se fueron decorando profusamente, sirviendo como catequesis o explicación plástica para los fieles sobre la advocación de la iglesia. En el centro y en la parte más solemne se ubicaba el Sagrario, donde se custodiaban las Formas Consagradas.

            Aún así y todo, en la actualidad, se especifica que “Todo sagrario donde se encuentra el Santísimo debe tener su puerta cubierta con un velo o conopeo. Y eso aunque la puerta esté ricamente trabajada. No se trata de admirar una obra artística, sino de adorar al Dios escondido”.
            La figura del velo en los templos tosirianos.

            A tenor de lo que llevamos dicho, en nuestra localidad podemos ver bellos ejemplos del velo detrás del Retablo. Así, en la parroquia de Santa María, podemos ver como el actual retablo mayor está enmarcado por un velo que, descorrido, permite ver a los fieles el retablo. El dorado de las calles y maderas que lo conforman dan a entender la Gloria de la ciudad de Dios. Allí, en los pedestales, las imágenes de los santos o la Virgen, encuentran un lugar preferente, y los fieles pueden ver por un momento “La Ciudad Celestial”.

            Otro ejemplo lo encontramos en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad de las Madres Dominicas, donde el artista pintó al fresco un bello velo encarnado que arranca desde el arco apuntado y que es abierto por angelotes, los cuales tiran de los pliegues para que los mortales podamos admirar así el interior de la Gloria divina.

            En una de las capillas laterales, en la que se custodia la imagen de Nuestra Señora del Rosario, el efecto es el mismo. Sobre la pared del convento el artista dibuja un velo, y sobre ese trampantojo se coloca el retablo de madera, que enmarca la hornacina de la Virgen y a cuyos píes se encuentra un pequeño Sagrario, el cual está decorado con una bella pintura al óleo sobre tabla del rostro de Jesús, del que podemos decir que posee una factura y trazos de considerable calidad.
            La presencia del velo descorrido en los altares y retablos de nuestras iglesias simbolizan ese supremo sacrificio que hizo Dios Hombre en la figura de Jesús, el cual, muerto por nuestros pecados y por nuestra salvación, sufrió y padeció en el Monte Calvario, desgarrando su cuerpo para permitir que por su Carne, entremos todos en la Gloria de Dios Padre.

            El velo en el Templo era un recordatorio constante de que el pecado mantiene a la humanidad apartada de la presencia de Dios. El hecho de que la ofrenda por el pecado fuera ofrecida en el Templo de Jerusalén anualmente y otros innumerables sacrificios repetidos diariamente, tenían como propósito demostrar gráficamente que el pecado no podía verdadera y permanentemente ser expiado o borrado por meros sacrificios de animales. Jesucristo, a través de Su muerte, quitó las barreras entre Dios y el hombre, y ahora podemos aproximarnos a Él confiadamente (Hebreos 4:14-16).

            El velo abierto que vemos en nuestras iglesias no es pues un mero detalle pictórico. En la tradición cristiana, como queda dicho, representa algo más serio y profundo. Es algo a tener en cuenta a partir de ahora, cada vez que nos arrodillemos frente al Retablo Mayor de una iglesia y lo contemplemos mientras rezamos por nuestros pecados y por nuestra salvación. 

BIBLIOGRAFÍA:
·         APULEYO, “El Asno de oro” Biblioteca Básica Gredos, Madrid, 2001
·         DUPUIS, CH. F., “Compendio del origen de todos los cultos Vol. I” Burdeos, 1820
·         P. SILVERMAN, David. “El Antiguo Egipto” BLUME, Barcelona. 2004
·         JOSEFO, F.  “La Guerra de los Judíos” Biblioteca Básica Gredos, Madrid, 2001
·         FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.
·         La Biblia”. Editada por “La Casa de la Biblia”, Madrid, 1992
·         ARACELI SCIORRA, J.  “Uso y función del retablo. Una aproximación estilística” UNLP, Navarra, 2003.
·         FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.




[i] El pastoforio es la cámara sacerdotal del Templo de Jerusalén, acepción acepción que toma la Biblia de la voz pastóforo, que designa a quien porta la imagen del dios hasta su capilla. FATÁS G. y BORRÁS, G.  “Diccionario de Términos de Arte” Alianza Editorial, Madrid, 2004.
[ii] Un ejemplo de cómo se “velaban” las estatuas o ídolos en el Antiguo Egipto lo podemos en David Silverman, cuando al relatarnos como se realizaban las ofrendas diarias a los dioses nos dice: “Tras el simbólico banquete, la estatua se purifica de nuevo con incienso, ungüentos y perfumes y por último se recubre con una tela de lino blanco”. P. SILVERMAN, David. “El Antiguo Egipto” BLUME, Barcelona. 2004, p. 150
[iii]Los sucesos que se citan ocurren en la obra clásica de Apuleyo “El asno dorado” Libro IX, donde Lucio, el personaje de la citada obra, que había sido convertido en asno, es vuelto a su figura humana gracias a las súplicas que hace a la diosa Isis. El protagonista, todavía convertido en asno, participa en la magna procesión que tiene lugar en honor de la divinidad mientras se va comiendo las rosas que los sumo sacerdotes portan en las manos como ofrenda a Isis. Este motivo hace que Lucio recobre su naturaleza humana y en agradecimiento entre al servicio de la diosa, aprendiendo los sagrados misterios de su culto.
[iv] Quizás la obra más conocida de esta materia sea la de la autora Helena Petrovna Blavatsky “Isis Unvelied” (Isis sin velo) escrito en 1877. “Madame Blavatsky” como se hacía llamar, fue la fundadora de la Sociedad Teosófica, una fraternidad que decía recibir enseñanzas de seres o “maestros ancestrales” y que mezclaba las religiones comparadas, el espiritismo y el ocultismo.
[v] Sais es el nombre griego de una antigua ciudad egipcia ubicada en el Delta del Nilo. La divinidad que adoraba esta población era la diosa Neit o Neith, diosa titular de la guerra y de la caza que posteriormente se asoció a Isis

sábado, 12 de marzo de 2016

ARCANOS Y SIMBOLOGÍA EN LA ARQUITECTURA RELIGOSA TRADICIONAL

Artículo editado por primera vez en el boletín de la Cofradía del "Preso" de Torredonjimeno "Encuentro" en 2014 

 "Cuarto de Esfera de la bóveda de San Pedro de Torredonjimeno"


Algunos aspectos en los templos tosirianos
Luis Gómez López

No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen”. (Mateo 7:6)

Todos hemos entrado alguna vez en una iglesia. La inmensa mayoría hemos escuchado alguna vez Misa en su interior, o hemos participado de alguna ceremonia religiosa (bodas, bautizos, sepelios, etc), pero ¿Cuántos de nosotros saben el porqué de las cosas? ¿Sabemos acaso porqué en los templos, la arquitectura que lo forma es así y no de otra manera? ¿Acaso las ceremonias que allí se celebran son sólo eso, ceremonias con rituales antiguos cuyo significado se ha olvidado con el paso de los siglos y que los sacerdotes repiten una y otra vez? ¿Porqué las columnas de los templos varían de unos a otros? ¿Es por estética? ¿Una mera cuestión de modas?
Hay muchas preguntas de este tipo, que si nos dedicásemos a formular, lo más seguro es que no encontrasen respuesta por parte de la mayoría de la población. Sólo, algunos licenciados en Historia del Arte, o en Arquitectura, podrán comprender algunos aspectos de la edificación, más no todos, pues a ellos no les interesa el verdadero significado religioso del templo. Sólo lo estético les puede llamar la atención. 
Empecemos por lo básico. Cuando uno accede a un templo o a una iglesia, lo primero que le llama la atención es la majestuosidad del edificio. Por lo general, suelen ser los edificios más grandes y altos en relación con las edificaciones de su época. Ninguna casa era más alta que la iglesia, y sólo las edificaciones de carácter militar (castillos o fortalezas) podían equiparse a las iglesias.

Las proporciones de esos edificios no están dadas al azar. No son un capricho del arquitecto, sino que obedecen a una antigua y metódica tradición.

 "Busto atribuido a Vitrubio"

El personaje que más se dedicó a este tipo de estudios en la antigüedad fue el arquitecto Marco Vitrubio Polion, quien escribió un tratado de diez libros de arquitectura dedicados al emperador Augusto, en el año 15 a J.C. Más tarde, dicho autor sería muy estudiado en el Renacimiento por otros artistas y humanistas de la época, que volvieron a poner sus estudios en práctica. Un dibujo muy conocido es el famoso grabado que realizara Leonardo da Vinci sobre el “Hombre de Vitrubio”, en el cual aparece una figura humana con los píes y las manos extendidas, inscritos en un cuadrado y rodeada de un círculo. Se trata de un estudio las proporciones humanas realizado por Leonardo basado en los textos de arquitectura de Vitrubio.
Vitrubio dice así sobre las proporciones de los templos: “La disposición de los templos depende de la simetría, cuyas normas deben observar escrupulosamente los arquitectos. La simetría tiene su origen en la proporción, que en griego se denomina analogía. La proporción se define como la conveniencia de medidas a partir de un modulo constante y calculado y la correspondencia de los miembros o partes de una obra y de toda la obra en su conjunto. Es imposible que un templo posea una correcta disposición si carece de simetría y de proporción, como sucede con los miembros o partes del cuerpo de un hombre bien formado”. A continuación pasa a definir cuáles son las unidades de medidas y su proporción. El pie, el codo, el dedo, o el número diez, y como a partir de esas medidas proporcionales, se han de construir las edificaciones para que sean armónicas y simétricas.

El sabio de la antigüedad compiló ese conocimiento de otros sabios más antiguos, más todo ello se hizo antes del advenimiento de nuestro Señor Jesucristo. Es por ello, que casi toda su obra se refiere a la construcción de templos para dioses paganos. Por eso, en un principio, la Casa de Dios o el lugar de oración de los primeros cristianos no se denominó “templo”, sino “iglesia”, que en griego quiere decir: “lugar de reunión” No obstante, esa circunstancia fue cambiando con el paso de los años. Por otra parte, las proporciones de los templos cristianos serán esas mismas pero con algunas variaciones muy significativas en cuanto a su simbolismo.


 "Portada del libro de Fulcanelli"

Como hemos dicho, las iglesias son la casa donde mora El Señor. Por lo tanto el templo ha de convertirse en una obra que sobrecoja a los hombres, que sea sublime, que represente la idea de lo celestial a los mortales y de ahí su magnificencia y su grandiosidad. Pero al mismo tiempo, hemos de tener en cuenta que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, por lo que las medidas del templo han de ser medidas humanas. Vitrubio entendía por medidas proporcionales o análogas las del propio ser humano, y por eso explicaba que “el cuerpo humano lo formó la naturaleza de tal manera que el rostro, desde la barbilla hasta la parte más alta de la frente, donde están las raíces del pelo, mida una decima parte de su altura total. La palma de la mano, desde la muñeca hasta el extremo del dedo medio, mide exactamente lo mismo; la cabeza, desde la barbilla hasta su coronilla, mide una octava parte de todo el cuerpo; una sexta parte mide desde el esternón hasta las raíces del pelo y desde la parte media del pecho hasta la coronilla, una cuarta parte” y así sucesivamente. Esas medidas son multiplicadas proporcionalmente a la hora de construir un edificio que albergue al Señor, de manera que el resultado sea un edificio esbelto, elegante, proporcional, simétrico, perfecto. Es por ello que, cuando los humanos contemplamos estos edificios, sentimos como si nuestra alma se estremeciera. No hace falta ser católico para entender esto. El lenguaje del edificio y nuestra alma, se compenetran perfectamente sintiéndose en armonía el uno con el otro y es por ello que a veces notamos como si algo en nuestro interior vibra cuando accedemos o visitamos estas edificaciones. Es un lenguaje especial, íntimo, pero que todos entendemos, independientemente del idioma en el que nos expresemos.
El templo católico, o mejor dicho, la Iglesia,  ha de estar siempre orientado hacia el Este. Ello es así ya que el Altar Mayor de la iglesia ha de mirar al sepulcro del Jesucristo. Esta es una constante en todos los edificios religiosos antiguos. Fulcanelli[i] indica sobre el particular que: “Todas las iglesias tiene el ábside orientado hacia el sudeste; la fachada, hacia el noroeste, y el crucero, que forma los brazos de la cruz, de nordeste a sudeste. Es una orientación invariable, establecida a fin de que fieles y profanos, al entrar en el templo por Occidente y dirigirse en derechura al santuario, miren hacia donde sale el sol, hacia Oriente, hacia Palestina, cuna del cristianismo. Salen de las tinieblas y se encaminan a la luz”. Como se puede apreciar, los antiguos no dejaban nada al azar. La disposición de nuestros templos e iglesias  más antiguas obedecen a ese secreto tan antiguo.  En Torredonjimeno podemos observar esa disposición en las iglesias de San Pedro, Santa María, la ermita de San Cosme y San Damián, el templo de Nuestra Señora de la Piedad de las MMDD y en el de San José de la Montaña, siendo la excepción la ermita de Nuestra Señora de Consolación, cuyo Altar Mayor está justamente orientado al revés que los otros. Ello es debido a que el templo primigenio se correspondía con lo que en la actualidad es la sacristía, quedando el Altar Mayor en el espacio que ocupa la trasera de la hornacina que alberga la talla de la patrona tosiriana, y flanqueado por las pinturas policromadas de la Visitación de la Virgen a un lado y la de los Santos de la Orden de Calatrava al otro. La nave actual, es un añadido posterior que vino a agrandar el espacio para acoger a los fieles. Los fieles deben admirar el oriente, donde nació Jesús y donde fue crucificado. Él es la luz del Mundo, y a Él deben de mirar los fieles cuando el sacerdote oficia la Misa.


 "Magnífica foto del interior del Templo de San Pedro de Torredonjimeno. Foto de Francisco Miguel Merino Laguna. www.redjaen.es"

En nuestra iglesia de San Pedro de Torredonjimeno, observamos que por la puerta principal hay un pequeño espacio cerrado por una verja y un muro, que actúa a modo de patio. Estamos ante lo que sería el “atrio de la iglesia”. Según el “Diccionario de Términos de Arte” Atrio es “el recinto cerrado, y generalmente porticado, que precede a la entrada de un edificio” más no siempre es así. La palabra atrio proviene del latín “atrium”. Y sí, dije latín, pues últimamente los políticos andaluces hacen provenir todo nuestro saber del árabe, olvidándose de que es al revés, que todo lo que sabemos proviene de Roma o de la época bizantina, de la visigoda o del esplendor de la Edad Media. No todo es árabe o musulmán por mucho que les pese a nuestros indoctos políticos.

"Vista del atrio de San Pedro desde la verja de entrada. Foto Miguel Merino Laguna. www.redjaen.es"

 En la antigua Roma, el atrio era un elemento arquitectónico imprescindible de toda casa el cual consistía en un patio central, al que confluían todas las habitaciones o estancias de la misma, más en la arquitectura religiosa posterior, ese espacio fue tomando otras formas más útiles y más concretas. En las iglesias de planta basilical (San Pedro de Torredonjimeno corresponde a este tipo de planta basilical del que hablamos, consistente en una nave central rectangular y dos laterales a ambos lados, un poco más pequeñas y separadas de la principal por columnas), el atrio solía estar ubicado frente al pórtico del templo. Esa plaza o atrio, es el espacio común en el que pueden estar fieles y neófitos. Es terreno sagrado, más allí pueden estar todos en armonía, en comunidad, pero sólo a los fieles y a los bautizados les está permitido penetrar en el templo. El atrio es por lo tanto el espacio en el que los penitentes y los catecúmenos deben compartir antes de ser purificados y acceder a participar de los Sagrados Misterios.
Era frecuente que en el atrio se ubicase una pila o una arqueta, que en los tiempos más antiguos servía de pila bautismal. Éstas eran de grandes dimensiones, de manera que el catecúmeno descendía por una escalera practicada en un extremo, se sumergía de cuerpo entero, para luego ascender otra vez al exterior, salvo ya del Pecado Original. Más con el paso de los años esa pila fue ubicada en el interior de los templos, de tal forma, que al entrar en una iglesia antigua, los fieles podemos observar que a la derecha está colocada la pila bautismal. Ese espacio es denominado por la tradición cristiana como el “baptisterio” y lo más usual es encontrarlas esculpidas en piedra, de forma redonda casi siempre y sostenida por una columna de piedra u otro material más noble como el mármol o el alabastro y en muchos casos profusamente decoradas. Pero ¿por qué las pilas bautismales se ubican al principio o en el exterior del templo? La razón es sencilla. El templo es un lugar que guarda sus conocimientos y sus misterios a los iniciados en la religión. Los que no la practican no deben profanar el templo y no pueden pasar a él. El recién nacido, el neófito, no puede acceder a la “luz” y asimilar la “sabiduría” hasta que no se haya borrado de él el Pecado Original. El bautismo elimina ese error del Maligno, y permite al hombre acceder a la Casa del Señor. En la iglesia de San Pedro Apóstol de Torredonjimeno tenemos que el baptisterio estaba ubicado donde en la actualidad se encuentra la capilla de la Virgen del Carmen, aunque a día de hoy, éste se haya ya a los píes del Cristo de la Fe y del Amor.
Todos los elementos constructivos de nuestras iglesias católicas tienen un porqué y una explicación; no suelen estar ahí de forma gratuita o meramente decorativa. Al entrar en la majestuosa nave de San Pedro Apóstol de Torredonjimeno, lo primero que llama la atención el visitante es la robustez y esbeltez de sus columnas y la altura de su techumbre. Esas imponentes moles de piedra se elevan hacia el artesonado mozárabe y dividen el templo en tres naves como hemos dicho más arriba, una central y dos laterales más pequeñas. La nave central nos conduce directo al Sagrario, mientras que las otras, la del Evangelio y la de la Epístola, cumplen a su vez con su función específica dentro de lo que es la “catequesis arquitectónica” que constituye el propio edificio.
Alfredo Ureña dice sobre esas columnas petrinas: “El orden dórico toscano, por su parte, se adapta a lo establecido por Serlio sobre la utilización del dórico en templos consagrados a mártires, como contraposición cristiana de su dedicación a dioses robustos como Júpiter, Marte y Hércules”. En efecto, este estilo lo podemos observar en la iglesia de San Pedro o en la de Santa Marta, -éste último templo en la vecina Martos- ya que ambos templos están dedicadas a santos titulares muertos en martirio. Además comparten “la planta tripartita, dividida en tres tramos por ocho grandes columnas toscanas (orden que a decir de los exégetas de Vitrubio era el más apropiado para titulares como Santa Marta o San Pedro muertos en martirio), unidas entre sí por arcos de medio punto presenta cubierta de madera” Los dos edificaciones fueron obra de los hermanos Castillo, que fue una de las grandes familias de arquitectos que hubo en la provincia de Jaén en el s. XVI.       

Bibliografía:
1.      VITRUVIO POLION, MARCO L. “Los Diez Libros de Arquitectura
2.      FULCANELLI, “El Misterio de las Catedrales” Nemira, 2009
3.      FATÁS, G. y BORRÁS, G. “Diccionario de Términos de Arte y elementos de Arqueología, heráldica y Numismática” Alianza Editorial, 2004
4.      UREÑA UCEDA, A. “Patrimonio Arquitectónico en Torredonjimeno”, I.E.G. 2008
5.      MORENO MEDOZA, A. “Los Castillo. Un siglo de arquitectura en el Renacimiento Andaluz” Universidad de Granada, 1989

Nota: 
[1] Fulcanelli es el seudónimo utilizado por un oscuro autor, muy posiblemente nacido a finales del siglo XIX, quien dejó escrito varias obras sobre alquimia y la arquitectura gótica de las catedrales, entre ellas “El Misterio de las catedrales y la interpretación esotérica de los símbolos herméticos” publicada en 1929 y “Las moradas filosofales y el simbolismo hermético en sus relaciones con el arte sagrado y el esoterismo de la gran obra” publicada al año siguiente, ambas bajo el mismo seudónimo de Fulcanelli.